Alors que je fixais les sangles des chevaux et ramassais le bois pour le feu de camp, Don Cristóbal écoutait les moindres sons du páramo. C'était un chasseur en bonne et dûe forme, qui devinait le gibier dans l'air et dans les branches cassées. Et il calculait même quand est-ce qu'un animal était passé, par le seul fait d'apercevoir les traces de ses pattes dans la boue. Il avait toujours sur lui une vieille carabine avec des cartouches péruviennes et, pour lui, exiger qu'on lui fasse payer sa pièce était aussi important que de ramasser la cartouche utilisée pour la charger de nouveau.
Subimos un día, muy por la mañana, al filo de Machipungo (Cordillera Oriental) para explorar una cueva, en busca de asentamientos arqueológicos de cazadores recolectores. De pronto resbalé y, al caer al suelo, percibí en la hierba mojada el inconfundible aroma del zunfo (Micromeria nubigena). Me quedé un rato examinando el tapiz que formaba, entre la paja, con sus hojas diminutas, y luego proseguí la penosa ascensión a la cumbre. Don Cristóbal me aguardaba bastante lejos, sentado en un peñasco, mientras escudriñaba el matorral con su carabina lista. - “Le vio al venado? Pasó justo delante de usted, cuando estaba en el suelo...” Me dio rabia por tener los sentidos tan atrofiados y pensé que, de cazador paleoindio, me hubiera muerto de hambre. Continuamos la marcha medio agazapados y con la cara hacia arriba, como si tratáramos de oler algo en el aire. Don Cristóbal se detuvo de repente y me dijo: -“Aquí ha dormido”. No pude contener la risa, ante la fanfarronería de mi compañero, pero me puse serio cuando comenzó a explicarme cómo se ve dónde ha dormido un venado. En efecto, me acerqué cauteloso al lugar indicado, y pude distinguir en el suelo una pequeña depresión con las hierbas ligeramente aplastadas, en la que se observaban aquí y allá los pelos de la piel de un venado. - “Hembra es...”, dijo Don Cristóbal, y ante mi sonrisa incrédula, se volteó hacia mí con unas bolitas de excremento en la mano: - “Mire, la gama las tiene un poquito aplastadas...” Y como presintiendo algo, se alejó mirando al suelo inquisitivamente. Desde el matorral me gritó que el macho también andaba por allí. Y esta vez pensé que más le valía que me trajera mejor evidencia que unos cuantos pelitos. Regresó con una sonrisa y me alargó la mano izquierda abierta con más bolitas en su interior. - “Mire, las bolitas del macho son más redondas..., además están frescas, lo que significa que los venados no deben estar muy lejos”. Me pareció divertida esta lección excrementicia a 4.000 m. de altura, pero no dejó de sorprenderme la increible finura de sentidos que tenía el cazador. Cada nuevo indicio era una ventana más que se abría sobre el cérvido, y una sugerencia más para la estrategia del cazador. El sol de las cinco de la tarde doraba el pajonal, cuando nos metimos por unos matorrales, en busca de la presa. Don Cristóbal ya no pertenecía a este mundo. Con la carabina en ristre y en silencio, avanzaba moviendo la cabeza de arriba abajo, perforando con su mirada el matorral. Finalmente, se detuvo junto a un arbusto. - “Aquí ha descansado”, dijo, mirando hacia adelante con aire derrotado. Me alargó una rama con la corteza algo raspada y me explicó que cuando los venados se detienen a descansar, juegan frotándose las astas contra las ramas... No bien acabó de hablar, vimos, a 100 metros de distancia, a dos venados que daban un salto veloz y se perdían para siempre en la maleza... Recientemente, me enteré que Don Cristóbal Columba ha viajado a la tierra sin mal. Pero dudo mucho que esté descansando. Y mejor para él. Ya me contarán que le han visto tomando agua en alguna quebrada o saliendo de algún matorral en la Sierra de Guamaní. Mas bien, un rato de estos tendré que visitarlo para dejarle unos cartuchos peruanos… por si los necesite. |