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Revistas Apachita Apachita 3 Siguiendo al Cazador
Siguiendo al Cazador PDF Imprimir E-mail
Escrito por Ernesto Salazar   
Sábado, 24 de Febrero de 2007 17:03

Mientras arreglaba las cinchas de los caballos o recogía leña para la fogata, Don Cristóbal oía los sonidos mínimos del páramo. Era un cazador hecho y derecho que adivinaba al venado en el aire y en las ramas quebradas. Y hasta calculaba cuando había pasado el animal con sólo mirar en el lodo las huellas de sus patas. Llevaba siempre una carabina vieja con cartuchos peruanos y, para él, era tan importante cobrar su pieza como recaudar el cartucho gastado para cargarlo nuevamente.

Subimos un día, muy por la mañana, al filo de Machipungo (Cordillera Oriental) para explorar una cueva, en busca de asentamientos arqueológicos de cazadores recolectores. De pronto resbalé y, al caer al suelo, percibí en la hierba mojada el inconfundible aroma del zunfo (Micromeria nubigena). Me quedé un rato examinando el tapiz que formaba, entre la paja, con sus hojas diminutas, y luego proseguí la penosa ascensión a la cumbre.
Don Cristóbal me aguardaba bastante lejos, sentado en un peñasco, mientras escudriñaba el matorral con su carabina lista.
- “Le vio al venado? Pasó justo delante de usted, cuando estaba en el suelo...”
Me dio rabia por tener los sentidos tan atrofiados y pensé que, de cazador paleoindio, me hubiera muerto de hambre. Continuamos la marcha medio agazapados y con la cara hacia arriba, como si tratáramos de oler algo en el aire. Don Cristóbal se detuvo de repente y me dijo:
-“Aquí ha dormido”.
No pude contener la risa, ante la fanfarronería de mi compañero, pero me puse serio cuando comenzó a explicarme cómo se ve dónde ha dormido un venado. En efecto, me acerqué cauteloso al lugar indicado, y pude distinguir en el suelo una pequeña depresión con las hierbas ligeramente aplastadas, en la que se observaban aquí y allá los pelos de la piel de un venado.
- “Hembra es...”, dijo Don Cristóbal, y ante mi sonrisa incrédula, se volteó hacia mí con unas bolitas de excremento en la mano:
- “Mire, la gama las tiene un poquito aplastadas...”
Y como presintiendo algo, se alejó mirando al suelo inquisitivamente. Desde el matorral me gritó que el macho también andaba por allí. Y esta vez pensé que más le valía que me trajera mejor evidencia que unos cuantos pelitos. Regresó con una sonrisa y me alargó la mano izquierda abierta con más bolitas en su interior.
- “Mire, las bolitas del macho son más redondas..., además están frescas, lo que significa que los venados no deben estar muy lejos”.
Me pareció divertida esta lección excrementicia a 4.000 m. de altura, pero no dejó de sorprenderme la increible finura de sentidos que tenía el cazador. Cada nuevo indicio era una ventana más que se abría sobre el cérvido, y una sugerencia más para la estrategia del cazador.
El sol de las cinco de la tarde doraba el pajonal, cuando nos metimos por unos matorrales, en busca de la presa. Don Cristóbal ya no pertenecía a este mundo. Con la carabina en ristre y en silencio, avanzaba moviendo la cabeza de arriba abajo, perforando con su mirada el matorral. Finalmente, se detuvo junto a un arbusto.
- “Aquí ha descansado”, dijo, mirando hacia adelante con aire derrotado. Me alargó una rama con la corteza algo raspada y me explicó que cuando los venados se detienen a descansar, juegan frotándose las astas contra las ramas... No bien acabó de hablar, vimos, a 100 metros de distancia, a dos venados que daban un salto veloz y se perdían para siempre en la maleza...
Recientemente, me enteré que Don Cristóbal Columba ha viajado a la tierra sin mal. Pero dudo mucho que esté descansando. Y mejor para él. Ya me contarán que le han visto tomando agua en alguna quebrada o saliendo de algún matorral en la Sierra de Guamaní. Mas bien, un rato de estos tendré que visitarlo para dejarle unos cartuchos peruanos… por si los necesite.

Última actualización el Viernes, 12 de Febrero de 2010 06:10
 

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