L'offensive reste visible à Vijayanagara, cité de la victoire, aussi connue comme "le plus grand et le plus efficace empire dans l'histoire précoloniale du sud de l'Inde" (Sinopoli et Morison 1995). Vijayanagara occupa la rive sud du fleuve Tungabhadra dans l'actuel Karnataka, et fonctionna comme capitale de la ville-empire du XIVème au XVIème siècle (Mack 2003). Une architecture monumentale et l'accès contrôlé aux sanctuaires, les zones résidentielles des élites, les murs et les ponts, ont modelé la ville antique en qualité d'espace sacré et forteresse militaire à la fois. Gimbel (2002), la décrit comme citadelle royale fortifiée et entourée par des communautés-temples d'une religion centralisée dans une aire de 20km2. Vijayanagara surgit à partir de la fragmentation de plusieurs petits royaumes du sud, au milieu du XIVème siècle. Une occupation continue par des monarchies dynastiques persista jusqu'en 1565, époque où l'armée de Vijayanagara souffrit une défaite face aux états du nord, qui l'obligèrent à abandonner la ville.
Feinman (2002) define al poder como “una relación desigual entre la gente” y este aserto refleja la perspectiva arqueológica de Vijayanagara por Sinopoli y Morrison. El paisaje del poder se resume en una zona amurallada de arquitectura monumental elitista, en cuyo centro se localiza un cuadrante real, al suroeste del núcleo urbano. Esta manera en que Sinopoli y Morrison elaboran la historia cultural de Vijayanagara esboza un ejemplo arqueológico concreto de la guerra como mecanismo de poder y control sobre la producción y distribución de bienes. En Vijayanagara, una coalición de distintos cacicazgos logró consenso para gobernar juntos y compartir templos, incorporando nuevos dioses hindúes al panteón de Vishnu y Shiva y ofreciéndoles sacrificios de prisioneros de guerra. En este caso, la observación de Cohen (1984) encaja adecuadamente: “una vez que la forma de organización estatal emerge, la guerra deviene un aspecto integrativo y esencial de la actividad central del gobierno”. Evidencias arqueológicas y textuales sostienen la existencia de una élite de caciques que mantenía una armada, el control de la producción artesanal y su distribución (intercambio), transporte y tributos. Como bien señalan Sinopoli y Morrison (1995) “las relaciones militares y la alta demanda de bienes de prestigio en la capital y en otros centros urbanos y templos, contribuyeron con cambios significativos en las actividades productivas y la organización socio-política”. Por otro lado, una población yacía dominada por un militarismo coercitivo y el acatamiento de las reglas religiosas. La materialización del dominio es visible en los puentes, muros y espacios cerrados o fortificados, que revelan la supervisión de los residentes locales. El control de los accesos en toda la ciudad muestra una evidente actitud defensiva hacia el exterior, mientras al interior, la ciudad regulaba zonas de asentamiento, puestos de especialización artesanal y las tierras cultivables. El control sobre la producción de los campos, los sistemas de irrigación y la utilidad de cocinas industriales para alimentar a la armada y a sus caballos, sugiere que el cuerpo político mantenía un estado de guerra. Las políticas de gran escala de la ciudadestado y sus reformas ideológicas se concentraban en regular el espacio, el paisaje y la gente, con propósitos económicos. Según Cohen (1984), cuando la guerra significaba acceso a nuevos recursos o el control de nuevas rutas de intercambio, mercados y capacidades productivas, entonces ganaba la guerra. Los caciques de Vijayanagara invirtieron en el mantenimiento de una organización militar, en lugar de perder bienes aprovechables y tributos del pueblo llano. La ventaja de la localización de Vijayanagara, en el banco del Tungabhadra, dio a sus habitantes, no sólo un escenario estratégico para controlar el tráfico fluvial de importación y exportación, sino una oportunidad para establecer su auge en un imperativo núcleo de intercambio. Sinopoli y Morrison caracterizan a Vijayanagara como un espacio de “producción y reproducción imperial”. En el registro arqueológico, los indicadores iconográficos de la guerra aparecen en criaderos de caballos y elefantes, en escenas de guerreros en acción y en el sacrificio de prisioneros esculpidos alrededor de la ciudad. La función de la guerra afectó la producción de recursos, modificó desigualmente la distribución de bienes y generó una pesada carga ideológica sobre la población. La dimensión de Vijayanagara en población y urbanización permitió levantar un estado sin estrés ambiental. Además, aprovechándose de los suelos fértiles y ribereños, la ciudad-estado anexó artesanos especializados, movilizó población y manejó, tanto económica como ideológicamente, los recursos, sin afectar al paisaje natural. La función clave de una armada capaz de defender y sostener élites demuestra el rol del prestigio en el comportamiento bélico. |