La découverte en 1999 de la "demoiselle de Lullaillaco", enterrée il y a 500 ans dans le volcan homonyme situé au nord de l'Argentine, a ému le monde entier. De fait, la science l'a déclarée la momie la mieux conservée du monde connue jusqu'ici, et les recherches sur son contexte funéraire ont mis en évidence que l'adolescente et ses deux accompagnateurs avaient été victimes du rituel de sacrifice humain inca de la capaccocha, capacocha ou capac hucha.
Au-delà de l'aspect funeste d'une pratique généralement perçue comme cruelle, la capac hucha rend compte d'une logique complexe d'articulation entre des facteurs politiques et religieux précis liés à l'idéologie impériale inca, tel que le révélèrent les études archéologiques et ethnohistoriques menées sur le sujet. En quoi consistait le rituel et quel était son sens?
Desde un punto de vista etimológico, hucha significa deber, deuda, obligación, cuyo incumplimiento cobra el sentido de “falta”. De esta manera, en palabras de Gerald Taylor (1987), “el capac hucha corresponde a la realización de una obligación ritual de máxima importancia y esplendor (capac)”.
Efectivamente, este ritual era antes que nada una asamblea de oráculos venidos de todo el Tahuantinsuyo, y llevada a cabo con ocasión del Inti Raymi, de la coronación del Inca o de algún suceso catastrófico atravesado por el Imperio. En la ideología religiosa del Tahuantinsuyo, los oráculos y las élites sacerdotales que los controlaban eran asimismo de suma importancia. Por consiguiente, el Inca consultaba regularmente los oráculos de las huacas imperiales, las cuales se hallaban representadas en el Cusco durante el ritual de la Capac hucha. Cada huaca tributaba al Inca con niños destinados a ser sacrificados. Éstos viajaban hacia el Cusco con sus caciques y representaciones de sus dioses locales. Una vez en la plaza del Cusco, los “peregrinos” rendían homenaje al Inca y a las divinidades principales del Imperio: el sol, la luna, y las momias reales. Luego, el Hijo del Sol consultaba con los dioses de sus provincias sobre asuntos militares o administrativos. El Inca recompensaba a las deidades de cada huaca, de acuerdo a las respuestas dadas por sus respectivos oráculos. Esta recompensa consistía en los niños tributados por cada huaca al Inca, cuya gran mayoría era sacrificada en su lugar de origen, a su regreso del Cusco (Gose 1996, Cieza de León).
Las víctimas debían ser niños saludables y físicamente perfectos. El análisis de ADN de las momias de Lullaillaco reveló que las criaturas habían sido “engordadas” antes de su muerte. Al parecer, durante la mayor parte de su vida, éstas habían tenido una dieta principalmente basada en papas pero, durante el periodo aproximado de un año antes del sacrificio, su alimentación consistió esencialmente en maíz y carne seca de llama, un tipo de comida de carácter sagrado. El cronista Cobo (1964) subraya el buen trato otorgado a los niños antes del sacrificio. En el caso de Llullaillaco, se calcula que tres o cuatro meses antes de su muerte, éstos peregrinaron por las montañas hacia su última morada, seguramente en proveniencia del Cusco. En sus últimos instantes de vida, se les dio chicha y hojas de coca, contra el mal de altura o a manera de anestésicos. A raíz de estudios previos en otras momias halladas en la misma región, se descubrió que las víctimas habían sido asfixiadas, aunque Cobo señala que se las enterraba vivas, en necrópolis asociadas a las divinidades, acompañadas de un rico ajuar funerario, y veneradas por un grupo de sacerdotes encargados de su culto.
Existen diversas interpretaciones acerca del significado de la capac hucha. Desde una perspectiva religiosa, las crónicas subrayan que era un honor ser elegido para este ritual, ya que se consideraba que, al morir, los niños se unían a sus antepasados y velaban por sus localidades (Silverblatt, 1988). Aquí prevalece también el significado simbólico y étnico del contexto en que eran enterradas las criaturas, montañas muchas veces. Dentro de la cosmovisión andina, éstas eran efectivamente asociadas a deidades (tales como Pariacaca), a centros cosmogónicos (pakarinas o pakarishkas) o a la fertilidad (Reinhard, 1985).
A nivel político en cambio, se ha planteado que dentro de un sistema imperialista, este tipo de ritual permitía infundir el terror entre las poblaciones conquistadas, facilitando así su control. En base a un análisis más profundo del ritual y su contexto, Gose señala que la consulta de los oráculos era ante todo un acto político que permitía consolidar el sometimiento y la dependencia de los cacicazgos locales hacia la autoridad inca. De hecho, era el Inca quien decidía acerca de la relevancia de cada oráculo, y lo recompensaba en consecuencia, creando así una jerarquía entre las huacas, en la cual el dios sol ocupaba desde luego el primer puesto. Por otra parte, el hecho de reunir a los dioses locales en el centro del Imperio era prácticamente una forma de apropiárselos. Para las localidades en cambio, la práctica de la capac hucha consistía en una manera de redefinir sus cultos tradicionales dentro de las nuevas lógicas del Imperio, y de ser así reconocidas por éste (Silverblatt, 1988).
A modo de conclusión, cabe resaltar que si bien este tipo de prácticas causa muchas veces rechazo y repugnancia, los estudios arqueológicos y etnohistóricos han permitido superar su aspecto espectacular, sanguinario y quizá fascinante. Antropológicamente hablando, el ritual de la capac hucha es un ejemplo enriquecedor de la forma en que una manifestación cultural aparentemente aislada se relaciona en realidad con un conjunto de factores, no solamente religiosos en este caso, sino también políticos e históricos. |
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