En el verano del año 2006, Samuel Connell, prestigioso arqueólogo estadounidense, llegó con su grupo de estudiantes de la UCLA para hacer trabajo de campo en las fortalezas ubicadas en el Complejo Pambamarca. La actividad principal fue realizar excavaciones e investigaciones relativas a la zona para determinar el origen, ocupación y función de los pucaraés y de permitir a los estudiantes ganar experiencia en el campo práctico de la arqueología. Este proyecto abre las puertas a los estudiantes ecuatorianos de arqueología que están dispuestos a trabajar en el campo y poner en práctica los conocimientos adquiridos en la universidad, con facilidades en cuanto a alimentación, alojamiento y acceso a conferencias dictadas por especialistas en arqueología y temas relativos. El trabajo de campo estaba distribuido por grupos: unos salían al Pucará de Quitoloma, otros a medir las trincheras precolombinas; o a excavar en varios sitios, como Oroloma, Pingüilmí, Pucarito, entre otros. Salíamos muy temprano por la mañana y regresabamos a las 4 o 5 pm. Después de la cena, Samuel se reunía con sus estudiantes para analizar su trabajo. Dentro de las actividades que realicé estuvo la excavación en el ushnu del Pucará de Quitoloma. Samuel nos explicaba la naturaleza del sitio y nos invitaba a buscar elementos que nos puedan sugerir las actividades que se realizaban en este sitio. ¿La unidad abierta correspondía a una pared derrumbada o era una entrada? Lo importante era formularse preguntas para, con esos criterios, buscar evidencia material que dé información sobre el lugar. Con el transcurso de los días, en unidades abiertas en otros sitios, se encontraron bolas de onda, algunos tiestos y trozos de carbón, lo que nos enfrentaba a un nuevo reto: aprender a establecer las correlaciones del material encontrado en todos los sitios. La hora del almuerzo o del regreso a Cangagua (lugar donde nos hospedábamos) era un buen momento para pensar en el sitio. Algunos decían que en el centro del ushnu existía una pequeña fuente de agua o una cocha, cuya función debía ser descubierta en excavaciones. Y se discutía. Considerando el entorno, no parecia que en el sector del ushnu hubiera un manantial. Pero alguien anotaba que habia huellas de un pequeño depósito de agua de lluvia, al cual acudían algunos animales que estaban pastando cerca del lugar. En la unidad en la que excavé, encontramos 3 o 4 tiestos que, en ese momento, no nos proporcionaban mayor información. El asunto se ponía más claro, según compañeros más entendidos, cuando se realizaba el análisis cerámico del material ahí encontrado. Como era la primera vez que trabajaba en el campo, siempre tenía la preocupación de hacer bien las cosas y tenía mucho cuidado al trabajar con el bailejo. Y aprendí que el arte está en tener buen ojo para calcular cuánto se debe cavar para encontrar algo según el contexto. Los desafíos de trabajar en esa zona eran el viento y el frío. Era todo un reto excavar ahí, porque la tierra que extraes se te va a los ojos, te quemas el rostro con el sol, las manos te duelen por el trabajo con el bailejo y después te arden por efectos de la tierra. Una noche que estábamos reunidos con Samuel, nos mostró un video corto de la excavación en Quitoloma a la cual denominó “arqueología extrema” por los factores anteriormente mencionados. Además, llegar hasta el pucará implicaba gran trabajo, ya que se encuentra ubicado en la cima de una loma muy empinada. Todo esto me hizo reflexionar acerca de la forma de vida en el pucará e imaginé cómo podían haber sido las habitaciones, qué debieron tener como techo, paredes o piso. Me parece muy interesante como el ser humano puede vivir en condiciones ambientales extremas. Al final de la temporada de excavación, se cubrieron las unidades con la tierra que se extrajo; esto me decepcionó un poco porque había puesto gran esfuerzo para cavar; pero me explicaron que eso debía hacerse incluso para proteger el sitio, y además no tenía mucho sentido dejar las unidades abiertas. Otra cosa que me parece importante en el trabajo de campo es la práctica en el laboratorio, que ayuda al arqueólogo a familiarizarse con la cerámica y demás objetos encontrados en las excavaciones, sean estos de obsidiana o de metal. Es aquí donde ya se puede empatar lo práctico con lo teórico y se puede escribir un informe que plantee o sustente las hipótesis del proyecto. El trabajo de campo es parte fundamental de la formación del arquéologo, ya que éste adquiere la experiencia necesaria para su vida profesional. Un arqueólogo o arqueóloga no es persona que está detrás de un escritorio leyendo y releyendo toda la bibliografía de un sitio, sino quien sale a buscarlo y trabaja en el excavándolo, recorriéndolo y estudiándolo, no con el fin de ganar mucho dinero sino de disfrutar lo que hace y contribuir a la comprensión de la historia local. La ventaja de los proyectos que llegan desde el extranjero a nuestro país es inmensa porque también se pueden establecer vínculos con futuros colegas, hacer nuevas amistades y compartir e intercambiar conocimientos. Por esto es recomendable participar en proyectos arqueológicos, que nos brindan la oportunidad de aprender, y de contribuir aunque sea en pequeña escala, en el descubrimiento de nuestro pasado. |