Por más de dos décadas, he tenido el privilegio de tener en mis manos piezas arqueológicas del Antiguo Ecuador, las mismas que siguen llamando mi atención por su forma e iconografía pletóricas de simbolismo mítico y religioso. Por la valoración y respeto a estos logros ancestrales autóctonos, alego y protesto categóricamente contra la denominación de las figurinas de Valdivia como “Venus”.
En la década de 1950, el arqueólogo Emilio Estrada descubrió, en la zona costera de Valdivia, un asentamiento agro-alfarero reconocido hasta el momento, en los medios arqueológicos, como el más antiguo de América. Este hallazgo fue de gran interés científico, sobre todo por la presencia de unas figurinas antropomorfas, especialmente de mujeres, cuyo significado ha sido interpretado por varios estudiosos como un vínculo directo con la fertilidad. Por obvias razones, no sabremos nunca el nombre específico que tenían estas figurinas en la cultura Valdivia. En otras culturas no ecuatorianas, artefactos similares representativos de la feminidad, la fertilidad o la abundancia, han recibido nombres como Afrodita, Astarté, Creirwy, Erzulie, Freya, Ixchel, Huitacas, Chalchiuhtlicue, Kades, Venus, etc. Estimo, sin embargo, que estas analogías no dan derecho a aplicar nombres ajenos a nuestras figurinas valdivianas. La adopción de la denominación de “venus” afecta por igual tanto a las venus griegas y latinas, como a las precolombinas que, aunque análogas en su representación general de la mujer y sus atributos, pertenecen a contextos culturales muy diferentes. Con esa disposición de juzgar con mirada occidental a las culturas precolombinas del Ecuador y América, no deberemos asombrarnos de encontar en la literatura arqueológica denominaciones como los “pensadores” de La Tolita, los “budas” de Bahía (aunque nuestros personajes no presentan adiposidad), las “monalisas” de Jama-Coaque, y las “vestales” peruanas. En este punto me parece relevante presentar el argumento al revés. ¿Cómo reaccionarían los italianos o en general los estudiosos del arte si a los hermosos mármoles de la antigüedad clásica les llamáramos “Valdivias” griegas o romanas? Ciertamente, nosotros podríamos legitimar el cambio, por simple argumento de precedencia, si se considera que las figurinas de Valdivia datan de 3600 a.C., mientras las venus europeas datan sólo de 600 a.C. Tenemos una lengua románica muy rica y variada, además de otras lenguas indígenas autóctonas. ¿Entonces, por qué no buscar en ellas un apelativo más consonante con nuestra idiosincracia lingüística, o simplemente utilizar el término de “figurinas” para los artefactos de Valdivia?. Deberíamos identificarnos con nuestro pasado de una forma sencilla, clara, sin complejos, sin héroes falsos, sin reinos inexistentes ni nombres importados. Reconozco que existen nomenclaturas y tecnicismos en arqueología, como en cualquier ciencia, pero la adopción de nombres ajenos me parece que altera el arte autóctono y al arte en general. Llamemos a las cosas por sus nombres para que no surjan malas interpretaciones ni confusiones, sobre todo en las nuevas generaciones. |