El sistema montañoso andino ha regulado en gran medida la vida cotidiana de sus antiguos pobladores. La presencia física de las montañas y la majestad del paisaje ha determinado que la vida religiosa de los pueblos prehispánicos esté regida por una fuerte interrelación del hombre con la naturaleza, dando como resultado la sacralización del paisaje y la aparición de la geografía sagrada, que hoy es accesible por medio del registro arqueológico.
La mayor parte de información disponible sobre la religiosidad andina proviene de las crónicas y fuentes etnohistóricas, ya que las evidencias materiales han desaparecido por la destrucción de templos y objetos rituales, a raíz de la conquista española. Sin embargo, alguna evidencia ha logrado sobrevivir al embate cultural europeo, como es el caso de los santuarios de altura. Las circunstancias ambientales que rodean a las montañas son óptimas para la conservación de la cultura material, y por ende la reconstrucción de rituales que tenían gran incidencia en la vida cotidiana de los pueblos andinos. Se conoce que las altas cumbres eran concebidas como moradas de las deidades y los espíritus ancestrales. Los incas incluyeron en el concepto de “huaca” no sólo las altas cumbres, sino también otros rasgos del paisaje que, por su naturaleza especial, eran objeto de tributo y adoración. El registro arqueológico de las altas montañas es muy variado, aunque predomina la ofrenda humana. Cómo y por qué las altas cumbres ingresaron en el ritualismo andino son preguntas que los estudiosos tratan de dilucidar aproximándose al complejo sistema de ceques que se extendía por todo el Tawuantinsuyu y que fue utilizado para la realización del ritual de la capacocha, de amplia incidencia social y política en la vida del imperio. El ritual constaba de dos eventos, primero la convergencia en el Cuzco de víctimas sacrificiales, generalmente niños, y ofrendas procedentes de todo el imperio, y segundo, la redistribución de estas ofrendas a lo largo de las huacas que marcan los ceques, por medio de desfiles y procesiones. Ninguna huaca quedaba descuidada o sin su respectiva ofrenda ya que se podía provocar la ira de las deidades. En el cerro El Toro (Argentina), se ha encontrado un sacrificio a más de 6000 m.s.n.m., que no sólo muestra la intensa actividad ritual en los Andes, sino también la excepcional habilidad para el ascenso a las cumbres de las montañas, por parte de los incas. Otro lugar distinguido por la cantidad de osamentas encontradas es el Aconcagua. La evidencia aquí registrada se circunscribe en el marco del ritual antes mencionado, ya que la edad y sexo de los niños encontrados así lo confirma. En el ritual de la capacocha solo se sacrificaban niños, aunque no se ha podido establecer si estos y sus familias tenían estatus especial en la sociedad cuzqueña. El tributo a las huacas tiene muchas explicaciones, pero el principio de reciprocidad, generalizado en la cultura andina, habría jugado importante papel. En efecto, con el sacrificio, se pretendía devolver o retribuir los favores propiciados por estos lugares sagrados. El ritual se llevaba a cabo en la cumbre más alta. No obstante, las cumbres más bajas de las montañas circundantes podían cumplir funciones oraculares con respecto al lugar en donde se había establecido el enterramiento que, por su altura, tenía mayor jerarquía. Otro aspecto importante de estos santuarios es la quema de ofrendas. A este respecto, las crónicas destacan el constante tráfico de madera hacia las cumbres de las montañas. Hay que reconocer que mucho de estas investigaciones de altura fueron realizadas inicialmente por montañistas con obvias limitaciones en el campo de la arqueología. Sin embargo, la disciplina cuenta ya con esforzados arqueólogos profesionales que han aceptado el reto de las cumbres para dilucidar de manera sistemática esta ultima frontera del conocimiento de las culturas andinas.
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Comentarios
Saludo y gracias por su artículo.