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Pañacocha PDF Imprimir E-mail
Escrito por Ernesto Salazar   
Martes, 06 de Marzo de 2007 13:41

En prospección arqueológica, voy por las selvas del Napo con dos quichuas, Omar y un joven recién salido del cuartel, que lleva una camiseta negra con el diseño de una calavera entre dos huesos cruzados. Me quedo mirando la camiseta, y el joven me explica que hizo la conscripción militar en el comando de selva del ejército. Debe ser así, porque el muchacho se mueve como felino en la espesura.


Al rato, encontramos un sitio arqueológico, y le pongo el nombre de Pañacocha, porque los quichuas me dicen que así se llama el río que pasa cerca del lugar. Y avanzamos riéndonos de la vida y de las aventuras que nos cuenta el joven comando. Luego encuentro otro sitio, y pregunto como se llama el lugar para darle un nombre.
- “Pañacocha”, me responden. Bueno…, decido entonces que el primero se llamará Pañacocha-1 y este último Pañacocha-2. Para entonces, nos hallábamos cruzando ríos que sólo tenían un palo cruzado, a manera de puente. Yo sé que cuando hay un palo sobre un río, es mejor no pensarlo dos veces y salir de la espesura y cruzarlo de una sola, como si todo fuera plano. Pero al cuarto o quinto palo, me puse ya a dudar y quedarme mirando el río entre que lo cruzo y no lo cruzo por el palo.
- ¿Que te pasa?, me dice el comando.
- Nada; sólo que el palo está delgado.
- No te preocupes tanto, porque más adelante los palos son más delgados y los ríos más anchos.
No tuve tiempo de entristecerme, porque encontramos otro sitio arqueológico, junto a un árbol. Y al preguntarles como se llama el lugar para darle un nombre, me responden: “Pañacocha”.
- ¿Otra vez?
- Sí, todo esto se llama Pañacocha. La perspectiva de tener un sitio Pañacocha- 3, y quien sabe cuántos más con números ascendentes, me hizo pensar que estaba haciendo una versión arqueológica de la película Rocky. Pero sobre todo, me puse a pensar como se podrían encontrar nuevamente estos sitios (sin GPS, por supuesto), si no se veían alrededor puntos de referencia en la llanura selvática. Y entonces decido poner a Omar contra las cuerdas.
- Mira, Omar, si un día vuelves a cruzar por estas selvas y por alguna razón te quedas herido, y te vas arrastrando a tu casa, ¿cómo indicas a tus amigos o parientes en dónde has dejado la mochila?
El Omar se ríe, como desechando el asunto por improbable; pero hace frente al reto:
- Les diría que la he dejado arriba, junto al pambil grande.
- Y vos te imaginas que van a venir justo a este pambil...
- Claro. Lo que pasa es que por andar viendo los palos de los ríos, no te has fijado que este es el primer pambil grande que hemos encontrado desde que salimos.
Impresionante. Le llamé “Pambil” al sitio arqueológico, y continuamos el camino, hasta que al fin de la jornada, nos encontramos con un ancho río que tenía, de puente, dos pambiles tumbados, con los extremos clavados en medio río. O sea, que había que descender por el primer palo hasta llegar al agua, dar un saltito corto para salvar el agua, y ascender el otro palo hasta llegar a la orilla opuesta.
El Omar y el comando cruzaron el puente como flechas. Yo me quedé solo en mi orilla, dubitativo, mirando la selva, rascándome la barriga, mirando el agua, envidiando a mis amigos salvos en la otra orilla. Y todo ello, con la certeza ineludible de que, de alguna manera, tenía que cruzar el río por los pambiles que, para colmo de mi desdicha, son siempre lisos y resbalosos.
- Muévete, que ya llega la noche...
Y entonces desciendo cauteloso por el palo. Al llegar al agua, no doy el salto, sino que extiendo mi pierna para pisar el otro palo, y me quedo temblando con las piernas abiertas y un pie en cada palo. Medio agachado, comienzo a subir el otro palo, con los brazos extendidos hacia adelante, como para agarrar el palo, si me caigo. Doy pasos pequeños, casi en cuclillas, y me balanceo de un lado al otro, miro el agua corriendo veloz bajo mis pies, y el tiempo se me congela en el alma y en el cuerpo. De pronto, oigo un grito del comando, y me yergo, doy un paso más, y siento que me caigo irremisiblemente en el río...
Por una fracción de segundo, pienso que me estoy ahogando, pero al oir otro grito, abro los ojos y me doy cuenta que estoy a horcajadas sobre el palo, abrazándolo fuertemente. Y en la orilla, a pocos metros de mi, el muchacho, sonriendo y llamándome con las manos.
- Ya te salvaste. Ahora sí, gatea como comando, gatea!!!
Retomo fuerzas, y como comando me trepo por el palo, y agarro finalmente las manos de mis amigos. Los quichuas se adelantan, y mientras me limpio la ropa, mirando al río conquistado a medias, les pregunto en voz alta como se llama el lugar, para no olvidarlo nunca. Y desde los matorrales, oigo un grito al unísono:
- “Pañacooocha”

Última actualización el Viernes, 12 de Febrero de 2010 06:07
 

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