La Universidad Católica debe enorgullecerse de tener dos museos cuyas piezas arqueológicas provienen de contextos originales, excavados por reconocidos estudiosos nacionales. Don Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950), precursor de la investigación arqueológica formal en el Ecuador, dejó un legado invaluable en publicaciones y, sobre todo, en la colección arqueológica, proveniente de sus excavaciones en los Andes norcentrales y las costas ecuatoriana y peruana. Años después, el Padre Pedro Ignacio Porras (1913-1990), pionero en la investigación de la Amazonía, también aportó con la muestra proveniente de sus trabajos y viajes por las selvas del Ecuador, y con la colección de los esposos Eugenia e Hilda Weilbauer, que dieron su nombre al actual museo.
El valor de estos museos se sustenta en que las exhibiciones, en su mayoría, no consisten en piezas huaqueadas y compradas a ladrones y coleccionistas inescrupulosos, sino obtenidas en excavaciones arqueológicas sistemáticas. En 1963, doña María Luisa Flores, viuda de Jijón, y su hijo José Manuel donaron las colecciones de Don Jacinto a la Universidad Católica, que estableció con ellas el museo que lleva su nombre. Don Jacinto, en su testamento, y sus herederos, en su propia apreciación, vieron en la Universidad Católica la institución y el espacio académico selectos para sembrar la semilla de la investigación arqueológica en el Ecuador. Cerca de medio siglo después de su donación, el Museo Jijón y Caamaño aún no produce investigación, pese a que en el discurso inaugural, pronunciado por el P. José María Vargas, primer director, se transmitió la disposición del rector P. Hernán Malo de que dicho establecimiento funcione como “un centro de docencia e investigación para servicio de la sociedad”. Sin contar con los años de intensa producción bibliográfica y la acertada organización de conferencias dictadas por arqueólogos tanto nacionales como extranjeros durante la dirección de Ernesto Salazar (1995-2001), profesor de la Escuela de Antropología, el museo dista mucho de convertirse en el sueño de Jijón. No dudo que Jijón y Caamaño, educado bajo los cánones de Europa y Estados Unidos, quiso encaminar sus investigaciones y colecciones bajo el ejemplo de la Smithsonian Institution, que está ligada formalmente a una institución académica, produce publicaciones y organiza exposiciones, además de liderar el estudio de la prehistoria e historia de la cultura humana. Un museo dentro de la universidad requiere de una intensa relación con un departamento de investigación académica, y debe ser dirigido, más que por un experto en arte, por expertos en arqueología o historia, porque el patrimonio es un concepto que supera la idea de lo estético e incorpora una atadura con el pasado no escrito. La total desvinculación entre la Escuela de Antropología (que forma arqueólogos) y el Museo Jijón pone de manifiesto el sesgo y la poca visión del manejo del museo. En la Escuela de Antropología, hay estudiantes que tienen derecho y merecen un acceso dirigido (por profesionales) a las colecciones del museo y a las investigaciones que este realice. Quizás algún día el Museo Jijón llegue a ocupar el espacio vacío por años en el Centro Cultural, que debería tener previsto un laboratorio de arqueología que, a futuro, sea eficazmente ocupado por profesores y estudiantes de arqueología. Así como el espacio del Museo Jijón es un espacio nulo para la actividad académica, la casa de campo del Conde Jijón no ha tenido mejor destino. La mansión de la Circasiana, ubicada en las calles Colón y 10 de Agosto en Quito, fue la residencia familiar de los Jijón, y sus pasadizos interiores fueron decorados por Juan Manosalvas y Joaquín Pinto. La antigua piscina interior y sus grandes salones fueron el contexto inspirador para una de las escenas de la película Entre Marx y una mujer desnuda (basada en la novela de Jorge Enrique Adoum). Actualmente, la restauración de la Circasiana es el resultado de la constante destrucción arquitectónica por el funcionamiento de las oficinas del INPC en el edificio. Estimo que la Circasiana es un monumento patrimonial mal mantenido y que, inclusive, fue mutilado algunos años atrás, al eliminar la piscina para proveer de espacio a los talleres de restauración. La donación de la mansión al Estado por parte de la familia Jijón se advierte hoy como un error, porque este edificio se envejece ante el peso de la burocracia estatal, que supuestamente guía, conserva y protege los bienes culturales del Ecuador. El sueño de Jijón se ha frustrado. Filántropo y predecesor de la arqueología nacional, Don Jacinto dejó en herencia sus preciados bienes para que sirvan de bases culturales en la formación de investigadores y protectores del patrimonio, y de espacio cultural para quiteños y ecuatorianos. Sin embargo, el acceso del público es casi inexistente, y se desconoce en ambos establecimientos el estado de conservación de los bienes arqueológicos e históricos legados. Los espacios del Museo Jijón de la PUCE y la mansión de la Circasiana del Estado sufren un proceso de apropiación descuidada en el sentido de la falta de profesionalismo de quienes se encuentran hoy a la cabeza y también de sus subordinados, encargados de dar funcionamiento a estas instancias culturales. |