Los procesos culturales precolombinos que se desarrollaron en los llanos occidentales de Venezuela tienen su importancia, en razón de que reflejan una excelente respuesta a las condiciones medioambientales de la zona. Geográficamente, el área se caracteriza por una depresión del relieve que se encuentra entre los Andes Venezolanos y el escudo de la Guayana, comprendiendo las zonas conocidas como los Llanos Occidentales y del Orinoco Medio.
La uniformidad en el terreno, con apenas ligeras elevaciones, contrasta con la carencia de homogeneidad en cuanto a las características específicas del medio, siendo la principal los períodos de inundación que afectan a la mayor parte de la región (Zucchi y Denevan 1979). La gran cantidad de sedimentos acumulados en el cauce del Orinoco impide, en la estación lluviosa, el transporte adecuado de toda la cantidad de agua generada. Esto provoca no sólo su desbordamiento, sino también el de sus tributarios, cubriendo extensas zonas que, por ende, han sido vistas como improductivas e inadecuadas para sostener asentamiento alguno. No obstante, el registro arqueológico nos muestra lo contrario, ya que en la zona existió un alto nivel de ocupación humana, con sociedades que desarrollaron diversas estrategias para asegurar su subsistencia. Los procesos culturales de los Llanos de la cuenca del Orinoco fueron producidos por varios flujos poblacionales hacia áreas que aparentemente no prestaban las mejores condiciones para un amplio desarrollo social (Sanoja y Vargas 1976). En este contexto, Zucchi y Denevan (1979) han señalado que una de las causas de la ocupación de zonas anegadas por los ciclos de inundaciones anuales fue la presión ejercida por grupos en conflicto, cuyo desenlace habría generado movimientos migratorios. Esta situación debió haber llevado a las poblaciones desplazadas a crear prontamente estrategias de adaptación a zonas menos hospitalarias. En efecto, los sistemas de camellones y campos elevados hallados en la región sugieren que sus constructores supieron aprovechar exitosamente los períodos de inundación y sequía de su nuevo habitat. En la etapa cultural temprana (1000 a.C. hasta 400–500 d. C), varios grupos de la cultura Caño del Oso se habrían asentado precisamente en las zonas con mejores tierras agrícolas (a las que destinaron especialmente para el cultivo de maíz), donde los ciclos de inundaciones eran más cortos (Zucchi y Denevan 1979). Estos grupos se habrían expandido por los Llanos Occidentales manteniéndose en ecosistemas similares y de condiciones favorables. No obstante, las posteriores influencias migratorias, básicamente de grupos arauquinoides, habrían ocasionado presiones demográficas que introdujeron: “...a) el desarrollo e implantación de un sistema agrícola intensivo particularmente adaptado a las sabanas inundadizas; b) el inicio de una migración importante hacia los sectores bajos del Orinoco y, c) la penetración y asentamiento de diferentes grupos Arauquinoides en los Llanos Altos Occidentales al norte del río Apure, o sea, en el área osoide” (Zucchi y Denevan 1979). Este nuevo escenario introducido por los flujos migratorios está documentado arqueológicamente por la presencia de un sinnúmero de construcciones artificiales de tierra, en forma de montículos habitacionales y campos elevados de cultivo. Estos elementos son claves para entender como se articularon políticamente, en la región, las diferentes comunidades. Varios sitios con montículos son los testigos de un pasado ligado a un gran manejo de las obras públicas, sostenido sin duda por una jerarquía que controlaba la organización del grupo. Los montículos, ubicados en los sitios descritos por Zucchi y Denevan (1979), son mas bien bajos (1 m. aproximadamente de altura) y pequeños (22 m. de diámetro en promedio), sugiriendo la existencia de unidades habitacionales aisladas, vinculadas a los campos de cultivo. No obstante, la producción agrícola no ha sido aún dilucidada, en cuanto a variedad y cantidad de la misma. Por la gran extensión de los campos elevados, se especula que éstos podrían haber generado suficiente excedente para una concentración poblacional considerable. Por lo tanto, los montículos dispersos estarían relacionados con el cuidado y manejo de los campos de cultivo, mientras los sitios de montículos agrupados serían los centros poblados localizados en las proximidades de los sitios de producción. Las construcciones artificiales de tierra están atribuidas a la gente “Osoide”, que habría adoptado dicha técnica por influencia de grupos arauquinoides, que comenzaron a ocupar zonas inmediatas a los asentamientos osoides. Sin embargo, se señala que el perfeccionamiento y diversificación de las construcciones habrían estado a cargo de los grupos de Caño del Oso. La construcción de los montículos precolombinos en Llanos de la cuenca del Orinoco respondió a los procesos culturales mencionados y a las condiciones medioambientales existentes. El registro arqueológico disponible constituye un claro indicio de que, en la región amazónica, se desarrollaron estructuras sociales bastante complejas que, si bien reflejan un sistema de organización distinto al que han mantenido los pueblos indígenas amazónicos en los últimos siglos, descubren similares problemáticas sociales en las que las presiones medioambientales generan respuestas culturales.
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