Mesoamérica fue el escenario de un amplio desarrollo socio cultural que produjo un importante incremento en la población, y por lo tanto, el surgimiento de sociedades complejas. Dentro de este panorama, se formaron instituciones religiosas que tuvieron gran trascendencia en los grupos étnicos que, junto con la importante actividad cultural que se desarrolló en el área, dieron paso a la consolidación de algunos de los Estados que vio surgir el Nuevo Mundo.
En este contexto se concibieron una serie de obras monumentales patrocinadas por la institucionalidad político-religiosa, como lugares destinados a prácticas rituales con las que se sintió identificado el colectivo social. Mientras se dio el desarrollo de la ritualidad, los individuos vieron reproducirse sus órdenes ideológicos que reafirmaban su cosmovisión. De este modo, el vínculo religioso con el poder constituyó un eje importante para la consolidación de sus estructuras sociales, lográndose una correspondencia entre la monumentalidad de la obras y la magnificencia de los rituales escenificados en estos lugares. Los actos sacrificiales de personas, como lo veremos más adelante, pasaron a formar parte de estos rituales de los cuales se valió la institución político-religiosa para conseguir diversos beneficios. De acuerdo al trabajo de Monaghan (1990), en un primer momento, la actividad ritual surgió frente a la mitificación de lo natural; es decir, los primeros sacrificios humanos realizados en Mesoamérica estarían ligados con los comienzos de la actividad agrícola y su intensificación a través del tiempo, creándose un vínculo entre las fuerzas extrañas que determinaban las cosechas (dioses) y los seres humanos, por medio de un pacto de sangre. Si bien este fue el primer momento del ritual, en etapas posteriores, se desarrollaron cambios que lo alejaron de la relación primigenia con la agricultura: se produjo una evolución que se fue complejizando con la incorporación de nuevos elementos, y nuevos objetivos: “Los rituales que involucran sacrificios, incluyendo sacrificios humanos, no son puramente de naturaleza religiosa. Estos también involucran una reafirmación pública de poder y reflejan las prerrogativas de los estratos sociales” (Wilkerson 1984). No obstante, el discurso implícito en el ritual siguió sugiriendo una relación con los dioses, ya para agradecerles, o para pedirles favores, sellando así el pacto con sangre. La víctima pasó a ser el vínculo entre lo humano y lo divino, por lo cual se construyó todo un corpus simbólico alrededor de su figura. El análisis de las víctimas es un elemento muy sugestivo para comprender la carga simbólica y las implicaciones sociales que representa. Es evidente que la selección de las personas para ser sacrificadas debió manejarse con mucho cuidado. Las variables de sexo, edad y procedencia (tanto social como espacial), debieron ser de gran importancia al momento de llevar a cabo el ritual. Una serie de elementos con diferentes connotaciones se conjugaron en el ritual, constituyendo cada uno de ellos un valor simbólico trascendente. La víctima a su vez pasa a ser un elemento más del ritual con significados distintos en los diferentes momentos de la ceremonia. La forma de morir se concebía de acuerdo al ritual y a la persona: niños-adultos, hombresmujeres, locales-foráneos, donde también jugaba un papel importante el sector social al que pertenecían. La representación de la víctima del sacrificio en el colectivo social le dio un reconocimiento, que al final de cuentas no pudo disfrutar directamente (Schele, 1984). Muerta la persona, las bondades del sacrificio recaían sobre su grupo familiar, lo que ocasionó que la familia se sintiera en conciliación con los dioses, robusteciendo su estructura ideológica. En la misma medida, el tener un familiar que contribuyó con su sangre en favor de los dioses, se convirtió en una forma de ganar reconocimiento social, afianzando los vínculos de respeto e individualidad para con el resto del conglomerado. Esto sin duda jugó un papel importante en la consolidación de una ideología basada en las actividades religiosas, donde los dioses constituían lo más importante. Por ejemplo, George Cowgill (1992) señala que no se conocen en Teotihuacán representaciones del ejercicio del poder por parte de algún personaje de la élite político-religiosa; la única subordinación presente en la iconografía es la de los individuos a los dioses. Esto es muy interesante sobre todo si se ve que parte del éxito fue crear un aparato religioso importante donde lo sobrenatural ocultó los intereses de los grupos de élite. No obstante, pienso que uno de los aspectos de gran trascendencia a la hora de hacer referencia a los sacrificios humanos es la muerte. Si bien se ha atribuido a la sangre la calidad de alimento de los seres omnipotentes, creo que es la escenificación del ritual lo que trasciende más allá del simple acto sacrificial. Es decir, en éste queda al descubierto la vulnerabilidad del ser humano representada en el derramamiento de sangre (líquido vital) que causa la muerte. Esto nos conduce a pensar en la reacción del público frente a la ceremonia, cuya significación de fondo recordaba que el ser humano es vulnerable y que sólo los dioses pueden ampararlo ante tal situación (la muerte). De acuerdo con lo dicho, creo que la primera implicación de los actos sacrificiales fue la de recordar la vulnerabilidad humana y por lo tanto la subordinación ante la presencia divina, y como segundo objetivo el consolidar un dominio económico y político a través de la institución religiosa. |
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