Huaqueando en La Tolita |
Escrito por Fray Juan de Santa Gertrudis, OFM [ca. 1775] |
Sábado, 08 de Febrero de 2014 01:11 |
Por este tiempo, se estrechó conmigo con mucha amistad don Pablo Quiñones, y entre otras cosas me contó que estando mandando fabricar una piragua, que es una especie de barco, cuya quilla toda la sacan de una pieza de a cuarenta o cincuenta varas, dándole de cada lado una vara y media de plan, tajado a proporción de popa a proa, y sobre ello plantan las falcas para entablarle el cuerpo, y está en un río que cae entre punta de Manglares y Esmeraldas, bajó a ver la obra con dos negros y fue a dar a la bocana del río en que hay un pueblo que llaman La Tola, pueblo de indios y mestizos. Llaman a este pueblo La Tola, porque todo está lleno de tolas, que quiere decir montones de tierra, y así es porque yo lo he visto, como diré a su tiempo. Estas tolas son entierros de los indios antiguos, y como ellos se enterraban con cuanto tenían, en alguna se ha encontrado bastante riqueza. Allí el mar tiene sus mareas, y cuando sale queda un pedazo de playa de lo que el agua se retira delante del pueblo, y entonces van los indios a ver si hallan alguna cosa de las tolas que poco a poco va lavando el mar cuando entra de varias tolas que están en la raya, y poco a poco se las va comiendo el mar con sus entradas. Hállanse allí por lo regular varias figuritas hechas de barro con mucha perfección. Yo he visto algunas como diré a su tiempo. Hállanse también hechas de oro con los ojos de esmeralda; hállanse también unas cuentecitas de oro hechas de filigrana, tan chicas como la cabeza de un alfiler, y la obra tan pefecta que al verlas se llevan toda la atención. En Barbacoas hay dos señoras que tienen su par de manillas de estas cuentecitas. Yo he visto unas que las tiene doña Casilda, esposa de Juan Quiñones. Yo pienso que hoy día no se hallaría artífice ninguno que se atreviese a fabricar una de estas cuentecitas, obra, la considero tan singular por lo diminuto que es, lo perfecto y hecho de oro en filigrana. Y lo más raro que yo en ello considero es que esto lo fabricaron los indios antiguos sin instrumentos de fierro, porque es cierto que no los tuvieron; y así aquí se para el juicio en pensar que el diablo los fabricaba, teniéndolos sujetos en la idolatría. Contóme pues don Pablo que un día que se paró en La Tola, a vuelta de viaje, fuese a desmoronar con sus negros con un barretón una de estas tolas. Al estar pues el negro desmoronando tierra y arena, vio don Pablo caer un tolondroncito. Mira, mira, negro, dijo, lo que es aquello. Baja el negro a cogerlo, y sacudiéndole la tierra y arena de que estaba envuelto, hubo de ser un cangrejo de oro, un poco menor que la palma de la mano, tan perfecto que parecía hechura natural de la misma naturaleza, y pesado tuvo sólo una onza. Prosiguió el negro barreteando, y a poco rato descubrióse asomando la boca de un clarín, el redondo de cosa de un real de plata. Mandó entonces don Pablo que poco a poco, excavando con la punta de un machete, se fuera descubriendo lo que era. Así fueron profundando el hoyo, y se descubrió que el clarín que era de barro nacía de la punta de la torre de una iglesia, toda de barro con su pretil y escalera. En proporción su claraboya con un remate puntiagudo; una torre con sus cuatro ventanas de cada parte; una galería corrida de torre a torre; la torre del campanario que era muy alta, de cuyo remate nacía el clarín. Y toda la iglesia entejada de teja, y todo del todo perfecto. Toda la iglesia tenía de largo media vara, y a proporción de ancho y alto. Ello se lo llevó a Barbacoas, y ya en su casa fue a romperle la puerta para registrar lo que tenía adentro la iglesia, sospechando si tendría adorno y altares, y adentro hubo de encontrar otra iglesia de oro tan acabada y perfecta como la de barro, con la circunstancia de que la puerta era movediza con sus goznes para cerrarse y abrirse, y no tenía de alto la iglesia sino un jeme, pero obra totalmente perfecta. Se pesó la iglesia y no tuvo sino cuatro onzas de oro. Estas dos alhajas se llevaron a Quito y hubo un marqués que dio por ellas cuatrocientos pesos, y las remitió a Madrid. Y ahí encontró también algunas cuentecitas de oro hechas de filigrana de las que llevo referidas, y éstas la mayor parte de las que se hallan en Barbacoas, son halladas en estas playas de La Tola. A la punta del desemboque de este rio de La Palma hay una playa de arena de un lado y otro, y a la parte que va para Tumaco, caminando un día un indio hubo de encontrar enterrado en la arena a un indio entero y seco, con la cabeza de oro, y en lugar de ojos tenía dos esmeraldas. El le quitó la cabeza y con una piedra la aplastó y le sacó los ojos y se vino con ellos para Barbacoas, y vendió el oro y las esmeraldas… El como ignoraba lo que vendía las dio por catorce pesos cada una, y según lo que yo he visto apreciar a otras a sujetos entendidos, valía cada una trescientos pesos. La una la compró doña Casilda, y la tiene engastada en una joya de peso con una gruesa cadena de oro. La otra la compró don Julián Cabezas, su hermano, y la tiene engastada sobre un pomo de oro en la mano del bastón. Tomado de Maravillas de la Naturaleza, de Fray Juan de Santa Gertrudis, 1970 [1775], tomo 3:192ss. Biblioteca Banco Popular, Bogotá. |