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Revistas Apachita Apachita 21 El Muerto de la Plaza
El Muerto de la Plaza PDF Imprimir E-mail
Escrito por Florencio Delgado-Espinoza   
Sábado, 08 de Febrero de 2014 00:53

En un soleado día austral, los transeúntes pasaban por la plaza de Santo Domingo de la majestuosa Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca. Asentada sobre la antigua Tomebamba, esta ciudad creció a partir de un centro conformado por la iglesia, la picota y otros elementos típicos de las ciudades fundadas por los españoles en el siglo XVI. Hoy, las plazas, junto a las iglesias, son un espacio público donde se presenta una serie de actividades. Pero, en la administración municipal de un ex prefecto, no tan perfecto en la protección del patrimonio cultural, y en el punto más alto de su gestión, el centro histórico más bien se convirtió en un centro histérico, ya que, en el afán de regenerarlo, se abrían trincheras por doquier, dizque para el alcantarillado, dizque para mejorar las conexiones de luz, de teléfono y hasta de internet. La ciudad se encontraba bajo el ruido de la máquina, el tránsito alterado y las construcciones abiertas en amplias zonas. Los letreros fosforescentes reemplazaron toda señalética que hasta entonces había en el centro histórico. Cintas de plástico amarillo con letras grandes que decían “cuidado”, daban vueltas a las manzanas, y letreros de “hombre trabajando” eran comunes en la otrora pacifica zona patrimonial.

En base a una ley, discutida pero parcialmente acatada, que señala que, antes de cualquier acto de remoción de tierra, se deben realizar estudios que permitan saber si se afectarían o no vestigios arqueológicos, estos programas de “regeneración” del centro histórico de Cuenca, luego de varios errores administrativos, cuentan hoy con estudios arqueológicos previos. Uno de los ejes de este plan de regeneración fue la recuperación de ciertas plazas del centro histórico para el uso público. En este programa, los estudios que los contratistas del municipio debían realizar eran variados, pero irónicamente no requerían estudios arqueológicos, sino más bien la contratación de historiadores que pongan en contexto la historia de las plazas a intervenir. Al parecer, los arquitectos contratados para realizar los estudios no tuvieron suerte de encontrar historiadores que quisieran realizar las mencionadas investigaciones, con tan bajo presupuesto y poco tiempo. Frente a la desazón de los arquitectos, a alguien en el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural de Cuenca se le “prendió el foco”, como se dice en el argot popular, y sugirió a los preocupados arquitectos que deberían realizar más bien arqueología histórica. Aparentemente, los arqueólogos somos menos exigentes en términos económicos, y acaso optimizamos más el tiempo que los historiadores o, a lo mejor, somos menos ocupados que los primeros. Cualquiera que fuera la razón, casi como un favor personal, decidimos realizar una prospección arqueológica en cuatro plazas emblemáticas del centro histórico de Cuenca. Hay que decir, sin falsa modestia, que este hecho realmente marca los posteriores esfuerzos del municipio por crear una unidad de arqueología urbana.

Luego de excavar dos plazas, tocaba el turno a la de Santo Domingo, donde el trabajo transcurría sin mayores alteraciones, ya que los arqueólogos se confundían con el personal municipal que abría zanjas y rompía veredas. Nada hacía presumir que la población estaba enterada de que en la plaza se realizaba una prospección arqueológica. Pero el tercer domingo de mayo, cuando el reloj marcaba un poco menos de las 11 a. m., los arqueólogos avistaron en la unidad de excavación 2N- 3E, ubicada junto a la vereda, un cráneo humano que, luego de varias horas de excavación, resultó ser parte de un esqueleto que yacía debajo del piso de la plaza. Hacia el medio día, los transeúntes comenzaron a darse cuenta de que no se trataba de un hueco más por parte del personal del municipio, sino de una excavación arqueológica, suceso ante el cual la paz de la urbe se vio trastornada. Es que, en la urbe cuencana, los domingos son más bien tranquilos: las familias salen a darse una vuelta por el centro, o van a los poblados de los alrededores, como Gualaceo y Paute, o a algunos lugares de la costa. En su defecto, el día transcurre entre gente que va a ver el fútbol y personas que entran y salen de misa. Pero este domingo, en particular, habría de ser diferente, ya que las conservadoras costumbres de los cuencanos se exaltaron cuando, un poco después del medio día, se regó como pólvora la noticia de que se había encontrado un muerto en la plaza de Santo Domingo.

Sólo entonces, los transeúntes lograron diferenciar a los arqueólogos de los demás empleados municipales que realizaban complejas y caóticas rutinas de “rompe veredas”, “saca ladrillos”, “cubre tuberías”, y qué se yo cuantos menesteres más ocupaban su laboriosa jornada. No era difícil escuchar el acento del norte del Perú entre la jorga de trabajadores, de seguro indocumentados del vecino país del sur que constituían la fuerza de trabajo de los contratistas del gobierno municipal, aun cuando este, por supuesto, negaría siempre que emplea indocumentados. Entre historias de episodios del “Cholito” y del “reality show” de la “Señorita Laura”, el día de los obreros era bastante ajetreado, aunque los transeúntes, algunos con complejo de atenienses, no reparaban en reproches y palabras duras para los obreros municipales. Sea como fuere, el trabajo de los arqueólogos transcurría con bajo perfil, hasta que el muestreo aleatorio estratificado que se había elegido como herramienta metodológica de la prospección, le “achuntó”, como dicen mis coterráneos morlacos, a uno de los rasgos más importantes de nuestro proyecto, razón por la cuál se cuenta esta historia.

Casi como un símil de las historias que García Márquez cuenta de Macondo, la noticia de la aparición del muerto se volvió “viral”, como dicen ahora, y, ya para las 2 de la tarde, la plaza estaba llena de transeúntes, periodistas y turistas, todos los cuales querían ver al muerto “arqueológico”. Por ello, tuvimos que establecer un cerco de protección, pues más de un turista quería entrar a la excavación con cámara en mano. Nuestra total falta de experiencia ante estas situaciones no nos hizo reparar a tiempo que nuestros equipos de trabajo estaban desapareciendo, como sucedió con nuestra cámara fotográfica que, simplemente, se esfumó en medio de la aglomeración del populacho. De pronto, en medio de esta algarabía, un representante de la fuerza pública se bajó de un patrullero, seguido de otro gendarme que venía en moto, y se cuadró frente a nosotros, indicándonos que se llamaba el sargento Saquicela y que, conforme había sido informado, venía a hacer el reconocimiento del occiso y proceder al levantamiento del cadáver. Tratando de aparecer serios, informamos al sargento, que tenía acento más bien norteño, que no se trataba de un muerto reciente, sino mas bien de uno de al menos 300 años que, por tanto, era asunto de arqueólogos y del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), antes que jurisdicción de la policía. La muchedumbre se rió, al parecer no tanto por lo que decía el sargento, cuanto por su acento, que resultaba “raro” para los cuencanos. De todas formas, el sargento, ayudado por el gendarme de la moto, llenó un documento, pidió la cédula a los arqueólogos y se marchó en medio de la suspicaz sonrisa de los concentrados en la plaza.

Poco después, irrumpieron los periodistas, escépticos de las respuestas de los arqueólogos, ya que venían en busca de los datos “duros” del asunto: ¿quien era el muerto? ¿era nativo? ¿era español? ¿era inka?, entonces ¿de qué epoca? Y, como siempre pasa en Cuenca, también aparecieron entre los curiosos, algunos que se hacían llamar arqueólogos: uno dijo que había “trabajado” con un coleccionista local, y otro que había liderado una campaña de excavación en Narrío, razón por la que estaban facultados a dar las explicaciones científicas del hecho. Lo interesante es que, al día siguiente, la prensa cubrió la noticia del muerto, incluyendo sendas entrevistas a estos dos personajes. De nada sirvió que les dijéramos a los periodistas que estos señores no eran arqueólogos sino huaqueros y que lo que hacían era una actividad ilegal: igual estuvieron en primera plana. No se dijo mucho sobre las hipótesis que se manejaban, el contexto en el que se encontró el esqueleto y la determinación de edad y sexo que se había realizado. El informe entregado al INPC señala que el hallazgo se refiere a un individuo de unos 35 años, varón, cuya estatura y contexto arqueológico nos llevaron a inferir que se trataba de un cura o monje español.

El problema más grande que enfrentaron los arqueólogos fue que, para la noche, se había planificado un mitin político de un concejal opuesto al alcalde. El concejal llegó a las 2 y media de la tarde y quiso, casi por la fuerza, obligar a que los arqueólogos tapen las unidades de excavación, pues esperaba, según sus propias palabras, alrededor de 5000 simpatizantes. Parece que su premura se debía a que a este importante representante del gobierno cantonal le llevaron la noticia de que la excavación era una pantomima creada por el alcalde para boicotear la gran reunión de la noche. Esto explicaría la exacerbada actitud del señor concejal, quien al irrumpir en la excavación y detectar el acento “mono” del jefe de campo, usó algunos epítetos fuera de lugar, tanto para la situación como para tan alta autoridad cantonal. Finalmente, llegamos a un acuerdo: acordonaríamos el espacio de la tumba, y le pondríamos encima un piso de madera, de forma que esté protegido de la muchedumbre. En la noche, fuimos al lugar, no porque nos interesara el mitin, sino con angustia de asegurarnos de que la tumba no se destruya en el fervor político. Afortunadamente, la calma nos llegó a pocos minutos de instalarnos en la plaza, ya que al mitin no llegaron más de 200 personas.

Los días posteriores transcurrieron de forma más tranquila en la excavación. De cuando en cuando, salían los vecinos de los locales comerciales a ver si habíamos encontrado más tumbas. Algunos decían que ya escribieron al alcalde para que se excave toda la plaza, pero otros estaban preocupados porque no se excave más, a fin de que se termine la obra y los turistas puedan volver a comprar en sus tiendas. Al final, todo este tumulto tuvo resultados. Luego de esto, el Municipio de Cuenca formó la unidad de arqueología urbana, a través de la cual un colega cuencano tuvo a cargo importantes investigaciones del centro histórico. Hoy en día, la regeneración urbana incorpora ya los estudios previos de arqueología urbana e histórica en la ejecución de las obras.

Y en cuanto a nuestro asunto, luego de los datos obtenidos, el esqueleto quedó discretamente donde siempre estuvo, y nadie que pasa por Santo Domingo parece acordarse de este episodio… excepto en las tenebrosas horas en que las almas salen de sus tumbas. Dicen por ahí, que a veces los borrachitos lo ven a media noche, pero nadie sabe si esto es producto de los draques o de su imaginación. Bueno, entre nos, creo que algo habrá de cierto porque nosotros sí sabemos que… el muerto yace en la plaza!

Última actualización el Sábado, 08 de Febrero de 2014 01:43
 

Comentarios  

 
#1 RE: El Muerto de la PlazaMa Jose 09-07-2014 18:23
Y por qué no se le realizó más estudios? o quizás haber hecho un mini muestra in situ? para despertar y mantener aún más el interés por las historias que conservan estas plazas.
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