El Naufragio de la Capitana |
Escrito por Diego Portichuelo de Rivadaneyra |
Lunes, 25 de Enero de 2010 11:18 |
I Es la Armada del mar del Sur la que todos los años conduce la plata y tesoros de los reinos del Perú, desde el puerto del Callao a Panamá, y su General don Francisco de Sosa tuvo orden del Virrey, Conde de Salvatierra, para que saliese a hacer este viaje, domingo por la mañana, 18 de octubre del año pasado de 1654, y levando una ancla de la Capitana, reventó el cable y trajeron buzos para sacarla, y por esta faena no pudo salir de aquel puerto hasta después de la oración del mismo día. Siguióle la Almiranta, que iba a cargo del Almirante don Francisco de Solís, en que venía yo embarcado en compañía de don Francisco López Zúñiga, Marqués de Baides, y su familia. Salió también un chinchorro, embarcación pequeña, que servía de patache, y a la media noche nos hallamos tan empeñados en el bajo que llaman las Hormigas, que estuvimos para perdernos en él, si con mucha presteza no mudáramos la derrota que llevábamos. El día siguiente, como a las ocho de la mañana, nos alcanzó un chinchorro despachado por el Virrey, con un pliego y traslado de la carta del Presidente de Panamá don Pedro Carrillo, en que avisaba que el Marqués de Monte Alegre había llegado a Cartagena con los galeones de su cargo, en 22 de agosto, para que se apresurase nuestro viaje con el tesoro, por los grandes gastos que se recrecían a Su Majestad con la detención, y el Virrey con toda instancia, ordenó al General esta diligencia. Este viaje se suele hacer costeando la tierra hasta reconocer el puerto de Payta, que dista del Callao 150 leguas, y de este puerto se navega la vuelta de la mar tres días para montar la punta de Santa Elena que sale mucho a la mar, que entre ella y el puerto de Payta, forman una ensenada muy dilatada y grande, que se dice de Guayaquil. Desde este paraje, donde recibimos el pliego, y estaríamos del Callao dieciseis o veinte leguas, viró el piloto mayor la vuelta de la mar, con ánimo de enmararse, para ir de flecha a montar aquella punta de Santa Elena, para hacer más breve el viaje, como se entendió después, y habiendo navegado seis días de aquella vuelta, pareciéndole que ya tendría montada aquella punta, viró para tierra a reconocer el puerto de Manta, que está después de ella, y por las muchas corrientes o por haberse engañado en la fantasía, cuando entendió que tenía montada la punta, se halló dentro de la ensenada el lunes en la noche, 26 del dicho mes de octubre, en los bajos que llaman de Chanduy, que los reconoció la Capitana con la quilla, y al ir tocando en las mucaras y peñas, disparó una pieza, con que el Almirante que venía por su popa, viró para afuera, y echando el escandallo, se halló en cuatro brazas y media de agua, donde dió fondo por no arriesgar a perderse. La Capitana pareció que había hecho lo mismo y encendió faroles, y estuvo toda la noche disparando piezas, y haciendo fusiles. En mi Almiranta se puso toda la gente de mar y guerra en buena vigía, y todos los sacerdotes, que allí veníamos, a rezar salmos, himnos y letanías, hasta que amaneció. Luego que fue de día, llegó a bordo de la Almiranta la lancha de la Capitana a pedirnos socorro, y a este tiempo empezó a tocar el navío en las peñas sobre que estábamos dado fondo, porque bajaba la marea y así nos hallábamos en menos fondo. Echamos nuestra lancha al agua, y cortando los cables a toda prisa, se le dió un cabo, y con ocho remos nos fue sacando a remolque, porque el viento nos había calmado, a una braza de más fondo. La otra lancha, viendo el peligro, y que no la podíamos dar socorro por el grande riesgo en que todos nos hallábamos, se volvió a bordo de su Capitana, y según supe después, se arrojó mucha gente a ella, y se fueron para tierra donde la dejaron varada y después que con el paso del día empezó a entrar la marea, largó la Capitana las velas y se fue a varar en tierra, donde se quedó entre dos peñas. II Este día en la noche, martes 27, nos entró el viento un poco más largo, con que empezamos a navegar para la punta de Santa Elena, que distaba de aquel paraje seis leguas; y aunque salimos a ocho y a diez brazas de fondo, las corrientes eran tan grandes para tierra, que tardamos en andarlas hasta el sábado, 31 del dicho, y dimos fondo a vista del pueblo, siendo providencia grande de Dios que habiendo tocado en las peñas por tres o cuatro veces, no recibió daño que le impidiese su viaje, y saltando en tierra los cabos, y muchos de los pasajeros, se dió aviso al General, y supimos la pérdida y estado de la Capitana, y cómo algunos que se habían arrojado al agua se habían ahogado, y que por aquellas playas andaban los hombres afligidos del suceso, y de sed y hambre, descalzos y desnudos, llorando tamaña desgracia. Y también se supo que de entre cubiertas se sacaba alguna plata y oro, y que se hurtaba mucho de todo lo que se sacaba, con que se iban ricos los que habían salido pobres del Callao, y se quedaron pobres, llorando su desgracia, los que habían salido ricos y poderosos. Enviónos el General orden para que siguiésemos nuestro viaje a Panamá, y que de allí se avisase al Presidente para que le enviase buzos y otros instrumentos para poder buscar la plata, porque parecía que con facilidad se podría sacar. También salió propio por tierra a Lima, dando cuenta al Virrey del suceso, y nosotros nos hicimos a la vela en demanda del puerto de Perico, a donde dimos fondo a 20 de noviembre, víspera de Nuestra Señora de la Presentación. Luego que el Presidente entendió el suceso y desgracia, con toda diligencia despachó dentro de seis días un chinchorro con cuarenta buzos y un cabo para que los entregase al General don Francisco de Sosa, y dio cuenta al Marqués de Monte Alegre en Cartagena de lo sucedido. Llegaron los buzos a Chanduy, y el Virrey envío de Lima a don Pedro Vázquez de Velasco, oidor de aquella Real Audiencia y nombrado por Presidente de la de Quito, bajo don Diego Andrés de la Rocha, Fiscal de la dicha Audiencia, y todos se juntaron en Chanduy, y asistieron a esta función y buceo de la plata de la Capitana perdida. III A los 20 de enero del año siguiente de 1655, entró en Panamá un navío con dos millones y medio, que hasta entonces se pudieron sacar, mediante la buena diligencia de los que asistían al buceo. Y a las 18 del dicho, vino a Puertobelo el Marques de Monte Alegre con dos pataches, dejando su armada en Cartagena, y causó grande temor en toda aquella tierra, por ser su entrada tan impensada, y crecía más por ver que dejaba sus galeones, y se venía de aquella suerte. Y aquella noche se enterraron debajo de tierra en las casas de Puertobelo muchas cantidades de barras, y se despachó aviso a Panamá, y todas las recuas que bajaban cargadas de plata se volvieron del camino. Y esta misma noche que el Marques llegó, hizo junta con los Oficiales Reales, y otras personas de aquel puerto, sobre inquirir qué plata había de por alto escondida y sin registro en la ciudad, y mandó poner guardas en el camino. Sobre esto y otras cosas tocantes a sus jurisdicciones, tuvieron algunas diferencias por cartas el Marqués y el Presidente y, aunque se hicieron diligencias, no se descaminó ninguna partida de plata, ni oro, ni otra cosa alguna. Y habiendo entendido el Marqués de Baides las disensiones del General y el Presidente, por las quejas que cada uno le había dado, los procuró componer escribiendo al General desde Panamá, donde el Marqués de Baides se hallaba, los inconvenientes que podían resultar contra el servicio del Rey, nuestro señor, y cuan inquieta estaba la gente con su venida tan impensada, con que se retiraría toda la plata y sería en gran daño de los comercios y derechos reales. Y habiéndolos ajustado y puesto la materia más tratable, empezó toda la gente a bajar a Puertobelo, y a remitir la plata, así de registro como de comercio, y a los 6 de marzo del dicho año, llegó otro navío de Chanduy con otros trescientos mil pesos, y avisó de que hasta el año siguiente no se podría proseguir el buceo, por haber entrado ya los vendavales, vientos que en todas aquellas costas embravecen mucho la mar desde los fines de febrero hasta el mes de noviembre, con que el Marques envió por su armada a Cartagena, y dió fondo en Puertobelo a los 25 de marzo. Hízose la feria, en que se comerciaron, segun la voz pública, tres millones. Tomado de: Dr. Diego Portichuelo de Rivadaneira, ca. 1920 [1657], Relación del viaje y sucesos que tuvo desde que salió de la ciudad de Lima hasta que llegó a estos reinos de España, pp. 23-27. Biblioteca Histórica Ibero-Americana, Virtus, Buenos Aires. Agradecemos cumplidamente a nuestro lector y amigo Juan Alfonso López (Jean Figuier), de Sevilla, España, por el envío de una copia de la crónica de Portichuelo de Rivadaneyra, de la que hemos entresacado este relato (N.E.). |
Última actualización el Lunes, 25 de Enero de 2010 11:37 |