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Escrito por Ernesto Salazar   
Lunes, 25 de Enero de 2010 10:32

Antonio Carrillo (1946-2009)

La comunidad arqueológica ecuatoriana está consternada por el inesperado deceso de nuestro colega Antonio Carrillo, arqueólogo, explorador y defensor inquebrantable del patrimonio cultural del país. Aunque en los últimos años he estado desconectado de sus actividades, no quiero pasar este momento de luto sin compartir con mis colegas un episodio ya bastante lejano, pero no menos revelador de la tenacidad con que Antonio abordaba la defensa de nuestro patrimonio arqueológico.

Fue en la década de 1990, en el gobierno del presidente Rodrigo Borja, cuando el Ministerio de Bienestar Social decidió elevar, por medio de un dique o embalse, el nivel de las aguas de la laguna de Culebrillas (provincia de Cañar), poniendo en severo riesgo la arquitectura monumental que se encuentra en sus inmediaciones, incluyendo el capacñan. El Ministro de Educación y el Director del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) de ese entonces habían dado luz verde al proyecto que estaba auspiciado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) con sede en Roma. Pero los rumores de una fuerte resistencia al proyecto, en el INPC del Austro, habían llegado hasta Quito, y los arqueólogos decidimos conformar un frente nacional de defensa del complejo de Culebrillas. El alma de la resistencia se llamaba Antonio Carrillo, entonces arqueólogo del INPC del Austro. Con él hacíamos reuniones intelectuales, revisiones de leyes, hojas volantes, conferencias, artículos de periódico, visitas a comunidades, en fin “concientizaciones” del problema a cualquier nivel que fuéramos requeridos. Poco a poco, la prensa hablada y escrita y organismos diversos se hicieron eco de nuestra lucha; excepto los funcionarios del gobierno, que nos ignoraron olímpicamente.

De pronto, una tarde Antonio llamó a Quito y solicitó nuestra presencia porque al día siguiente los personeros del Ministerio de Bienestar Social se reunirían en Culebrillas. Esa misma noche tomé un bus a El Tambo para planificar alguna acción con Antonio. No estaba allí; pero horas después lo encontré en el cerro, sentado en el tambo de Paredones, no muy lejos del grupo del Ministerio y sus periodistas. Todo salió a pedir de boca. Los periodistas nos propusieron una entrevista conjunta con los del Ministerio y entonces dijimos todo lo que teníamos que decir. (“No, no es una pelea por una laguna irrelevante perdida en el páramo; es una pelea por nuestra memoria histórica, por el derecho de los pueblos a conservar los hitos de su historia, sus lugares míticos de origen, su identidad cultural…”)

Entretanto, abajo, El Tambo tenía aires de revuelta. Nos reuníamos con la gente en el mercado, en la entrada del baño público, en la escuela, en la puerta de la iglesia, en la casa del cura párroco. Y era de verle al Antonio, en todos los corrillos, hablando, persuadiendo, dando instrucciones a la gente.

Fue entonces cuando un movimiento político tendiente a enjuiciar al Ministro de Educación, Alfredo Vera, se tornó importante para nuestra causa, en razón de que el diputado de Cañar, Dr. Segundo Serrano, decidió incluir entre las causales del juicio político el inminente atentado contra el patrimonio cultural de Culebrillas. Curso rápido de arqueología inca y legislación patrimonial para el diputado, y gentil invitación de este para que nos presentáramos en la Comisión de Fiscalización del Congreso, presidida por el cuencano Víctor Granda. Para no ir solos, invitamos a los colegas arqueólogos del Banco Central y alrededores; pero fueron pocos y desaparecieron pronto. Al fin, en el momento crucial de nuestra intervención con diapositivas, pude constatar que el gran movimiento de defensa de Culebrillas éramos Antonio Carrillo, Myriam Ochoa, y yo; o sea casi pelea de cuencanos. Pero igual, no nos amilanamos y con la misma arma de los políticos, la retórica, logramos impresionar a los diputados. Algunas perlas del discurso, en respuesta a observaciones previas hechas por el Ministro de Educación: “Sí, podemos tener sólo cuatro piedras botadas en el cerro, pero esas cuatro piedras son nuestro patrimonio y las vamos a defender con vehemencia”. Y con el puntero laser moviéndose en la pantalla: “Miren señores diputados, por esta línea corre el gran capacñan por donde pasaron las huestes de Huayna Capac, los ejércitos españoles y republicanos; los viajeros ilustres como Humboldt y Caldas; los viajeros serranos curtidos por el frío; mírenla por última vez, porque pronto quedará bajo el agua, si se realiza el proyecto del Ministerio de Bienestar Social”. Y finalmente, en plan lapidario: “Hoy que hay dinero del FIDA, todos los caminos conducen a Roma, pero hace 500 años, por estas breñas del Nudo del Azuay y los pajonales de Culebrillas, todos los caminos llevaban a Tomebamba. Y esa es una historia que la gente debe saber”. Dos segundos de silencio… y de pronto aplausos de los maestros, de los diputados, y de otros asistentes. Y gritos de Viva la patria… Viva Culebrillas… Viva Huayna Cápac.

El Ministro Vera se rasca la cabeza fastidiado y nos damos cuenta que hemos ganado la pelea. Aún recuerdo la última imagen congelada en la pantalla, mientras salía la gente: un grupo de cañaris, con los brazos en alto empuñando picos y palas, posando a orillas de la laguna, bañada en un resplendente sol de venados. Este grupo era la “artillería pesada” de Antonio, que en las tardes malograba el trabajo de los ingenieros del dique, retirando las estacas de medición y reemplazándolas por macollas de paja de cerro. Y que, en los fines de semana, desbancaba el desfogue de la laguna, a fin de que la abertura fuera cada vez más grande y exigiera mayor trabajo y recursos, si se concretaba la construcción del dique.

Al fin, el decreto ministerial de construcción del embalse fue revocado, y creo que Antonio se perdió otra vez en las montañas. De cuando en cuando, se asomaba y me contaba de alguna nueva cruzada, casi siempre en los altos Andes, como la defensa de Paredones de Molleturo, Coyoctor, y Cojitambo. No sé qué hará ahora, pero estoy seguro que, en algún plano astral, debe estar deambulando en busca de algo que defender. Porque el tránsito terreno de Antonio nos enseña que tener causas es la chispa misma de la vida. Paz en su tumba (E.S.).

Earl Lubensky (1921-2009)

Trabajó en Ecuador, desde 1961 hasta 1974, en el Servicio Diplomático de la Embajada de USA, época en la que desarrolló un profundo interés por la arqueología ecuatoriana. Publicó varios estudios, entre ellos uno sobre las figurinas de Valdivia, y otro sobre las excavaciones que realizara en los cementerios de Anllulla. Su tesis doctoral (1986) versó sobre la colección Ferdon de cerámica costera. Ademas, presentó varias ponencias de arqueologia ecuatoriana en congresos de la disciplina, particularmente sobre la transición Valdivia-Machalilla, y el impacto del cambio climatico del holoceno en los asentamientos precolombinos de la costa sur del Ecuador.

Lenín Ortiz (1940-2009)

Fue Profesor de Arqueología de la Universidad Central, Fundador del Programa Cochasqui, del cual fue director por varios años. Además, Director de la Corporación para la Promocion Cultural y Turística del Ecuador “PROCULTUR”. Entre sus publicaciones cabe destacar: Pasado antiguo del Ecuador: evolución social (1981), y Cochasquí, el agua del frente a la mitad (2009), presentado póstumamente en Cochasqui en agosto pasado.

Juan Cueva Jaramillo (1939-2009)

Cuencano, Profesor de Arqueología en la Universidad de Cuenca, Juan Cueva dirigió, en 1972, las excavaciones arqueológicas de Toctiuco, en las faldas del Pichincha. Así mismo, condujo investigaciones de campo en Ingapirca, y publicó trabajos sobre la metalurgia precolombina y la cultura inca en el Ecuador.

 

Última actualización el Lunes, 25 de Enero de 2010 11:06
 

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