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Militarismo y Políticas Expansionistas Estatales Prehispániscas PDF Imprimir E-mail
Escrito por Estanislao Pazmiño   
Jueves, 20 de Septiembre de 2007 19:48


Las guerras han tenido siempre papel protagónico en la consolidación, el sustento y la caída de los pueblos, en cualquiera de sus formas de estructuración política. En la América prehispánica la eclosión de sociedades jerarquizadas, pugnando por el control de las zonas productivas, dio lugar a la constitución de sólidos estados con una estructura ideológica unificadora. En este contexto, tanto los estados mesoamericanos como los andinos abrazaron el expansionismo y la conquista de nuevos territorios. Consecuentemente, en la labor de expansión de su poder político y económico, estas entidades fueron incorporando a su estructura los diversos grupos sometidos con el fin de que tributen y sirvan al estado. Si bien la diplomacia jugó su papel en varios casos, la alternativa siempre fue la guerra. Hay que notar, sin embargo, que la dinámica expansionista operó de diferente manera en las áreas andina y mesoamericana, empleando distintas estrategias de dominación e incorporación.
Para la zona de los Andes Centrales, por ejemplo, se ha discutido sobre el enorme despliegue militar desarrollado por los incas como táctica de conquista, en el que habrían agrupado ejércitos de miles de individuos pertenecientes a diferentes etnias. Esta característica fue advertida ya tempranamente por los conquistadores españoles. El cronista Cieza de León, tomando el caso inca, señala lo siguiente: “Y porque la fuerza de la guerra no estuviese en una nación, ni presto supiesen concertarse para alguna rebelión o conjuración, sacaban para soldados destas capitanías mitimaes de las partes y provincias que convenían...”(1967).
Esto apunta a que utilizar individuos de pueblos subyugados en campañas militares tenía sus ventajas: no concentrar, por un lado, toda la carga de la guerra en el estado inca y su gente; e integrar, por otro, dentro de la dinámica expansionista a los grupos conquistados. Para ello se debió recurrir a diversos mecanismos para consolidar a la masa del ejército (i.e. los soldados) bajo una sola ideología. Craig Morris (1998) señala que uno de los propósitos de utilizar facciones multiétnicas en las batallas fue, precisamente, ejercer coerción “ayudando a establecer relaciones de dominación y subyugación dando lugar a una jerarquía política”. No obstante, cabe resaltar que la evidencia arqueológica de los centros militares construidos en las fronteras del Tawantinsuyo, sugiere que la guerra, usada como mecanismo de coerción y conquista, toma fuerza solamente en los últimos períodos del imperio Inca, cuando la estructura militar está ya lo suficientemente consolidada como para disponer del contingente humano de los pueblos anexados. Aún así, las campañas emprendidas no fueron tarea fácil para los incas, como por ejemplo la llevada a cabo contra los Caranquis en el septentrión andino.
En este sentido, las referencias respecto a los incas como una potencia militar expansionista desde sus inicios, dejan de lado la más fuerte arma de expansión y conquista que mantuvieron: la política. La fuerte táctica política utilizada por los incas se evidencia en distintas formas. Un ejemplo es la manera en que se buscaba siempre integrar al estado a los jefes de los grupos rivales, por medio de alianzas de parentesco o por la concesión de regalías económicas y políticas. Por otro lado, hay que notar que las campañas expansionistas incas siempre estuvieron acompañadas de la construcción de caminos, centros administrativos, pucaraes, etc., que no sólo representaron un beneficio para el control militar, político y económico de una región, sino que sirvieron también de símbolos ideológicos de supremacía (por ejemplo sobreponer construcciones incas sobre las locales ya existentes). Por consiguiente, las etapas iniciales de la consolidación del estado inca tuvieron como eje el desenvolvimiento diplomático por sobre el militar. El fuerte despliegue bélico toma fuerza con el inca Tupac Yupanqui, cuando el imperio disponía ya de contingente humano necesario, y la bonanza económica alcanzada permitía financiar las campañas.
En contraste, el territorio mesoamericano albergó un tipo de estructuración política distinto, la ciudad-estado. Esta característica sin duda se reflejó en estrategias de expansión y control, no sólo militares sino principalmente políticas. No obstante, la incorporación de distintos grupos étnicos también estuvo presente desde épocas tempranas. Por ejemplo, en Teotihuacán existe evidencia arqueológica de víctimas de sacrificios pertenecientes a la milicia local y cuya procedencia se ha rastreado a zonas distantes de la antigua ciudad-estado (White et al. 2002). En este una forma de ratificar el poder central del estado sobre áreas más o menos alejadas, las mismas que, a su vez, en virtud de la entrega de víctimas sacrificiales, recibirían en compensación el beneplácito de los dioses. Esta es una clara instancia del reclutamiento militar de individuos de diversas áreas, poniendo en evidencia la alta influencia ideológica y política que ejercieron las ciudades-estado más allá de sus fronteras. No obstante, para el período posclásico tardío se producen algunas modificaciones con el aparecimiento del estado mexica.
A diferencia de la expansión inca en el área andina, la hegemonía de la Triple Alianza mesoamericana tuvo características especiales. El estado mexica tuvo un sistema de dominación diferente, en el que la influencia ejercida más allá del corazón del imperio no fue respaldada con la construcción de obras públicas, sino más bien con la implementación de beneficios económicos para las élites locales, a cambio de su tributación al estado (Smith 1986). Por lo tanto, se puede apreciar que la tónica expansionista que operó
dentro del valle de México fue distinta de la que se llevó a cabo en otras áreas más distantes. En el primer caso, la guerra debió ser fundamental para consolidar la unificación de la Triple Alianza y su hegemonía en el valle. Para ello se debió emplear ejércitos conformados por soldados de los tres pueblos aliados, además de los anexados posteriormente. Sin embargo, no fue este el caso para las regiones aledañas al valle de México, donde la estrategia de conquista pasó a ser netamente política y económica. Un ejemplo de ello fue
la manera en que el estado mexica prestaba su apoyo financiando las campañas bélicas locales de sus tributarios, con el fin de mantener su hegemonía sobre la región (Ibid 1986). En este sentido se plantea que el militarismo operaría en dos niveles: uno con la participación directa de un ejército multiétnico representante del estado, y otro con la participación de los ejércitos locales bajo el apoyo de la entidad estatal.
Al analizar los modelos de dominación y conquista prehispánicos, resulta interesante descubrir que la guerra no fue necesariamente una política de estado como se piensa, sino más bien un recurso extremo cuando la táctica diplomática de incorporación de nuevos territorios y grupos dentro de las estructura estatal fallaba. Los conflictos bélicos no nos son ajenos en la actualidad, pudiendo encontrar varios símiles entre las tácticas prehispánicas y las estrategias de guerra empleadas en nuestros días. Aún sigue promoviéndose la incorporación de facciones étnicas o nacionales en conflictos que tratan de involucrar a la comunidad mundial, especialmente cuando la guerra pasa de ser un hecho político a constituirse en política de estado.
Última actualización el Jueves, 27 de Agosto de 2009 10:27
 

Comentarios  

 
#1 ivan hurtado 27-08-2009 16:34
me parece que olvida las campañas militares cuyo objeto no era el dominio de zonas productivas, ni unidades políticas, sino la busqueda de botín y el prestigio militar, como se puede ver en la descripción de la campaña inca contra los pastos (Murúa, Cabello de Valboa), o la chanka contra los inkas (Betanzos).
Estas campañas tienen más relación con unidades políticas tipo jefaturas, y los incas en mi opinión si bien un proto estado este era una revolución rápida y exitosa de una jefatura
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