La Arqueología postmoderna ha generado diversas metodologías para acrecentar el poder de la inferencia, a menudo concentrándose en temas muy particulares, como las minorias étnicas y la sexualidad. La búsqueda de indicadores arqueológicos de la sexualidad y el género ha constituido, desde hace algunos años, un interesante reto para la investigación arqueológica.
La sexualidad está determinada, para algunos, por la manera de sentir, pensar y actuar, del individuo y la sociedad, para otros, por la influencia de los caracteres biológicos sobre el comportamiento del individuo. De cualquiera manera, ha causado, según Edison Calvachi (1988), conmoción en las sociedades, que han regulado de manera diferente la atracción erótica y el amor pasional. Mientras ciertas culturas antiguas han aceptado la homosexualidad, el bestialismo, las prácticas sexuales colectivas o las relaciones sexuales incestuosas, otras las han frenado abiertamente amparándose en creencias religiosas o morales predominantes.
Para la Arqueología, la sexualidad se ha convertido en una forma de interpretar la actividad humana en el pasado. Por tanto, el arqueólogo se ha enfrentado al desafío de desarrollar teorías con nuevas direcciones metodológicas, en las que ha jugado importante papel la evolución de las corrientes feministas, que según Bárbara Voss (2000), han permitido la reproducción de interpretaciones arqueológicas tanto del género como de la sexualidad. De esta manera, prácticas relacionadas con la homosexualidad, la pornografía, la sodomía, la prostitución, la monogamia, la promiscuidad, han comenzado a dominar el interés de los estudiosos del tema en el ámbito arqueológico. Para definir la sexualidad en el registro arqueológico, se propone el uso de objetos materiales y otros productos culturales (pinturas, dibujos y cerámicas) para determinar la naturaleza de las sexualidades pasadas.
Las evidencias de la sexualidad prehistórica son pocas. Sin embargo, el arte rupestre ha permitido descubrir algunas actitudes sexuales de tiempos muy tempranos. En estatuillas, relieves y pinturas paleolíticas, se han observado prácticas sexuales de carácter profundamente erótico, principalmente posiciones concretas relativas al coito. En un panel de la cueva francesa de Les Combarelles hay una escena de pre-cópula, en la Cueva de Los Casares en Guadalajara hay dos individuos en escena coital, uno de ellos con un falo grande sin prepucio dirigido hacia la zona púbica de otra figura de vientre y glúteos abultados. Es interesante recalcar que el culto al falo está presente en numerosas culturas. En La Marche (Francia) se han encontrado figuras humanas en actitud de contacto urogenital, o de sexo oral, sugiriendo que en tiempos paleolíticos el gozo sexual no era exclusivo de la penetración. La expresión del hombre magdaleniense de Ribeira de Piscos hace referencia a la culminación de un proceso de masturbación, la eyaculación. El placer se refleja en la figura por el carácter marcadamente abierto de la boca y por líneas curvas que surgen de la cabeza del hombre. No todas las figuras encontradas tienen un enfoque precisamente reproductivo, ya que se conocen figuras humanas que representan prácticas de bestialismo. En un saliente rocoso de Chauvet, un bisonte erguido con caracteres antropomórficos envuelve, parcialmente, a una figura femenina con marcado triángulo púbico y boca abierta. Todas estas representaciones paleolíticas dan cuenta de la complejidad de la esfera sexual existente en el pasado.
En el contexto de las civilizaciones antiguas, la egipcia ha dado una infinidad de representaciones grabadas en las pirámides y tumbas faraónicas. A juicio de Rosa Pujol, los egipcios, representaban sus costumbres y prácticas amorosas dando relevancia al concepto de procreación, en función de los individuos de cada estrato social. Los dioses eran siempre representados con un gran pene en erección que pretendía alcanzar la figura de una diosa que, de paso, también representaba simbólicamente a un campo con canales de irrigación y plantas de lechuga, consideradas eficientes para hacer fértiles a las mujeres y enamorar a los hombres. Los faraones aparecían acompañados de su esposa principal, sus esposas secundarias y sus concubinas, y se aceptaba con total naturalidad las relaciones incestuosas. Los reyes tenían la facultad de satisfacer cualquier apetito sexual con cualquier mujer fuera de su matrimonio. Así, se ha encontrado en Medinet Habu, un templo de Ramsés III, donde se puede ver una serie de imágenes relativas al juego amoroso en las que el faraón, sentado en su trono, observa a jóvenes desnudas que se presentan ante él con joyas y adornos en la cabeza. Sin embargo, en el pueblo llano, la infidelidad era mal vista, aunque los hombres tenían privilegios para justificar su actividad sexual con sirvientas y prostitutas que aparecen asociadas con una serie de anticonceptivos, como un condón de tela cubierto de resina y miel, y potentes espermicidas como la goma arábiga y la savia de la acacia. Algunas de las representaciones de los papiros de Turín muestran el acto carnal con la mujer tanto de frente como de espaldas. De igual forma, se han encontrado, en las tumbas de Khnumhotep y Niankhnum, varios hombres con los labios casi juntos y con sus piernas entrecruzadas, reflejando, al parecer, prácticas de homosexualidad. También se han encontrado mujeres que expresan alguna actitud lésbica por medio de abrazos y caricias.
Con las nuevas ideas que trajo el postmodernismo, la sexualidad se ha convertido en tema de amplia investigación. En los últimos años, se han realizado inclusive investigaciones arqueológicas en lugares poco usuales, como prostíbulos y casas de cita. Recientes excavaciones, por ejemplo, se han dirigido hacia los barrios romanos más pobres que quedan fuera de las zonas de las murallas. El barrio de Carmen contiene yacimientos de prostíbulos donde aparece un anfiteatro, sistemas de saneamiento y una cloaca que se dirige a la alcantarilla general del recinto de juegos. No está por demás la Pompeya romana que, en excavaciones arqueológicas, ha producido frescos, esculturas y mosaicos que comprenden más de 300 piezas con imágenes de sexo explícito en el que participan seres humanos, héroes mitológicos e incluso animales, representados en diversos lugares como jardines y prostíbulos. Existen 35 prostíbulos con frescos y bajo relieves que presentan diversas posturas sexuales. Los jardines eran considerados los lugares más propicios para abandonarse a los placeres de la vida y el erotismo.
Estos estudios han reflejado cómo se veía la sexualidad en tiempos ajenos a los nuestros, y han demostrado que estas características son inherentes y propias de la naturaleza humana. Queda aún mucho por descubrir y aclarar de los períodos de nuestra historia más reciente. |