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Revistas Apachita Apachita 5 Los arqueólogos y la protección divina
Los arqueólogos y la protección divina PDF Imprimir E-mail
Escrito por Ernesto Salazar   
Martes, 06 de Marzo de 2007 13:00

Tantas cosas pasan en la vida, que cualquier persona con problemas en su trabajo tiene que buscar, en algún momento, la protección de entes sobrenaturales. Ahora están de moda los ángeles guardianes, pero antes de ellos ya la Iglesia se había preocupado de proporcionarnos santos patronos. Los sastres, los carpinteros y los tejedores los han tenido por siglos, inclusive representados con iconografía fija, alusiva a la labor que realizan. Pero el mundo globalizado ha creado nuevos oficios (digitadores, “plotteadores” de mapas, maquiladores, asesores de imagen, etc.) que buscan sin duda patronos para sus trabajos. Sabemos ahora que la Internet tiene su patrono en el beato Santiago Alberioni, y que hasta los ladrones arrepentidos tienen el suyo (San Dimas, ¿quién mas?). ¿Qué pasa entonces con esa pléyade de nuevos esforzados que buscan protección divina, entre los cuales nos encontramos los arqueólogos? Pues me place contarles que no nos está yendo mal; mas bien todo lo contrario.

 

Según el Catholic Forum, los patronos de los arqueólogos son San Dámaso, Santa Elena, y San Jerónimo. El primero es Dámaso I (306-384 A.D.), trigésimo séptimo pontifice de la Iglesia. Se conoce que, en su pontificado, tuvo que luchar contra el Arrianismo y otros cismas menores, pero logró declarar el Cristianismo como religión del estado romano. Entre otras cosas pías, Dámaso I organizó el Archivo Vaticano, restauró catacumbas, ermitas y tumbas de mártires. Dicen que quiso ser enterrado en las catacumbas, junto con los primeros mártires, y al parecer se salió con la suya. Es patrono únicamente de los arqueólogos y su fiesta se celebra el 11 de diciembre.

San Jerónimo (340-420 A.D.), que tenía también el eufónico nombre compuesto de Eusebio Jerónimo Sofronio, fue de familia pagana, y estudió Leyes en Roma. Convertido y bautizado en 365, estudió Teología y se hizo monje eremita, viviendo por muchos años en el desierto de Calcis (Siria). Eventualmente, fue nombrado secretario del papa Dámaso I, que lo comisionó para revisar el texto latino de la Biblia. Su trabajo de 30 años culminó con la traducción llamada Vulgata, todavía en uso en los lugares no invadidos por la Biblia de Jerusalén. Elevado a la categoría de Doctor o Padre de la Iglesia, su figura se ha asociado con rollos, manuscritos, catálogos y traducciones. Es patrono no sólo de los arqueólogos, sino también de los archivistas, los estudiosos de la Biblia, los bibliotecarios y los traductores. Su fiesta se celebra el 30 de septiembre.
En cuanto a Santa Elena (250-330 A.D.), fue romana pagana, convertida tardíamente al cristianismo. Casada con Constancio Cloro, corregente del imperio romano occidental, fue abandonada por este, en favor de otra mujer. Pero como fue madre de Constantino el Grande, llegó a gozar temporalmente del poder político. A edad avanzada, llevó un grupo a la Tierra Santa en busca de la Vera Cruz. Eusebio señala que Elena exploró Palestina “con discernimiento notable”. Al enterarse de que la cruz estaba enterrada cerca del Santo Sepulcro de Jerusalén (donde se había erigido un templo a Venus para el culto idolátrico de los lugareños), consultó con algunos expertos, y procedió a destruir el templo pagano y a limpiar los derrubios superficiales del lugar. Luego excavó en gran profundidad, hasta encontrar tres cruces y los clavos con que fue crucificado el Señor. Para identificar la cruz de Jesús, hizo que una mujer de enfermedad incurable tocara cada una de las cruces, declarando como verdadera la que la curó instantáneamente. En el lugar de los acontecimientos, Elena construyó la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén o Iglesia del Sepulcro, que aún se conserva en pie. Es patrona de los arqueólogos, los conversos, los que tienen matrimonios difíciles y los divorciados. Su fiesta se celebra el 18 de agosto.
Ahora bien, si el arqueólogo devoto espera encontrar, en la iconografía religiosa, a sus patronos representados con un bailejo en la mano o la Tabla de Colores de Munsell bajo el brazo, va a quedar decepcionado. Tienen leones, tiaras, plumas de ave, cualquier cosa, menos los instrumentos de nuestro quehacer cotidiano. Realmente, la Iglesia debió establecer primero el perfil del arqueólogo contemporáneo, para darnos un patrono más afín con nosotros. En efecto, nuestros protectores “suenan” arqueológicos, solamente en la medida que son muy antiguos, concretamente de la época romana y de los primeros siglos del cristianismo; además, son medio ascetas, medio ermitaños, cosa que en general contrasta con el medio hedonismo de los arqueólogos actuales. Más aún, sus fechas de nacimiento y muerte varían mucho, según las diferentes autoridades, lo que me parece embarazoso para un gremio como el nuestro tan obsesionado por la cronología. Y en este punto hay que ser categóricos. No nos importa, en último término, cual sea la naturaleza beatífica de nuestros protectores, pero su existencia debe estar simplemente bien datada. Urge entonces que, en algún congreso, tomemos la decisión de someter a nuestros santos a una prueba de Carbono 14.
En todo caso, enunciados nuestros guardianes, debo señalar que no está nada claro por qué tenemos tres patronos, y si esta situación es una ventaja o un “handicap”. Una hipótesis puede ser la alta densidad demográfica de santos, muchísimos de los cuales no tienen protegidos, lo que, en las esferas celestes, significa poco menos que soledad total (i.e. sin iglesias, sin imágenes, sin jaculatorias, sin lugar destacable en una letanía, etc.). La otra hipótesis, más viable por cierto, es que el nombramiento de patronos múltiples está acorde con la personalidad compleja de los arqueólogos, que bien pueden pasarse la vida leyendo los manuscritos del Mar Muerto, excavando catacumbas, o peleándose con su mujer, todo lo cual indudablemente no puede ser cubierto por un sólo santo patrono.
Un análisis exhaustivo de la santa persona sugiere que San Dámaso puede ser venerado por esos arqueólogos que andan enfrentándose a los cismas teórico-prácticos de la arqueología ecuatoriana, esperando que algún día triunfe la teoría sobre las malas prácticas. Por lo demás, su labor de mera restauración de las catacumbas no va muy bien con la del arqueólogo, que prefiere otras metas para su disciplina. Por último, el día de su fiesta me parece horrible, ya que se ubica entre las fiestas de Quito y la Navidad, o sea en ese intermedio decembrino de abulia total. Simplemente, no lo vamos a festejar.
A San Jerónimo se lo ve muy libresco, y dudo que sea un patrono idóneo para nosotros. Sin embargo, para ser positivo, diría que puede ser patrono de los arqueólogos de escritorio, de los editores de revistas de arqueología y de los traductores de artículos científicos en lenguas extranjeras. Mirando el asunto con más condescendencia, la vida ermitaña del santo podría ser un remoto rasgo de relación con los arqueólogos; de manera que un colega botado en media selva por el helicóptero de una petrolera bien puede invocar su protección. Un problema espinoso es el día de su fiesta, que coincide con la finalización del trabajo de campo, que significa levantar las carpas, preparar maletas, embalar los tiestos, y hacer otras cosas más apremiantes que acordarnos de San Jerónimo.
Toda esta crítica constructiva la hago porque yo me inclino definitivamente por Santa Elena que, al menos, parece haber acumulado alguna experiencia de campo. No hay duda que hizo algún reconocimiento arqueológico previo a sus excavaciones, que de paso las realizó a cabalidad y con éxito notables. Además, su prueba de la mujer enferma muestra que manejaba adecuadamente la Teoría de Rango Medio. Me gusta mucho que su fiesta sea en Agosto, porque es el mes en que la mayoría de arqueólogos del mundo está en trabajo de campo. Y el hecho de que, bajo su manto, nuestro patronazgo lo compartamos con los divorciados y con los que tienen problema maritales, solo muestra que nuestra Santa Madre Iglesia, tuvo la admirable intuición de agrupar a gente con las mismas debilidades.
Por cierto, no es mi interés caer en desgracia con los santos patronos. Porque a la hora de extraviar los diarios de campo, de romper las ollas in situ, o de perder a la esposa lejana, alguno de estos santos, según su especialidad, nos puede ser útil en nuestras amarguras. Ojalá algún día tengamos un santo salido de nuestras propias filas, y representado con una iconografía más acorde con los tiempos; algo así como un hombre o mujer, sentado/a en una roca, frente a unas ruinas, con un halo alrededor de su cabeza cubierta con sombrero o gorra de tennis, y adornado/ a de otros elementos iconográficos imprescindibles, como una mochila, un GPS, un mapa topográfico y, a sus pies, un perrito runa, lamiéndole la bota. Como esto suena bastante improbable, al menos en el futuro inmediato, quedémonos con los santos que tenemos, y comencemos agradecidos a rezar la por ahora pequeña letanía del arqueólogo:
San Dámaso, Ora pro nobis. Santa Elena, Ora pro nobis. San Jerónimo, Ora pro nobis.

Última actualización el Viernes, 12 de Febrero de 2010 06:09
 

Comentarios  

 
#1 Romina 27-08-2009 16:02
Esta pagina me sirvio mucho... ....es la informacion q necesitaba...pero hay(me parece)una confusion.....la fista a San Jeronimo se realiza el 30 de Septiembre...en otras paginas he encontrado eso...y mi profesor me dijo que era el 30 de septiembre...
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