Persistances et Ruptures dans l'Utilisation de l'Espace : Réflexions sur l'Identité et les Aires d'activité |
Écrit par María Fernanda Ugalde, Ángelo Constantine, Rosalba Chacón |
Jeudi, 18 Novembre 2010 11:56 |
Precisely because identities are constructed within, not outside, discourse, we need to understand them as produced in specific historical and institutional sites within specific enunciative strategies. Moreover, they emerge within the play of specific modalities of power, and thus are more the product of the marking of difference and exclusion, than they are the sign of an identical, naturally-constituted unity – an ‘identity’ in it’s traditional meaning (Hall 1996, 4). Résumé Une des composantes du sens de l'identité est, sans aucune doute, l'espace physique. Le concept contemporain de nation a dû avoir un genre d'équivalent dans les sociétés sédentaires du passé, la similitude conceptuelle étant directement corrélée au degré de complexité de l'organisation politique. Si l'on assume une correspondance structurelle entre le concept d'espace et celui de stratégies socio-culturelles (Criado 1991), nous partons du principe qu'un moyen efficace de consolider ces espaces est celui de leur attribuer une valeur sacrée et irremplaçable pour une société déterminée. Rares sont les éléments pouvant passer pour plus sacrés que les défunts de sa propre famille ou de son groupe, appelés à devenir des ancêtres ; les sépultures constituent dès lors des "réceptacles" de l'identité sociale, tandis que leur emplacement dans un espace physique déterminé réaffirme le sens d'appartenance du groupe à l'espace en question. Les observations réalisées par les auteurs pendant la dernière étape des recherches menées à Rumipamba (Quito), ont suscité quelques réflexions vis-à-vis de l'utilisation de l'espace, et ce à partir d'une perspective diachronique. Le lapse chronologique relativement vaste sur lequel se fonde le travail de la plupart des archéologues, est particulièrement favorable du point de vue de la définition d'une perspective temporelle concernant les différents aspects de l'identité dans le passé (Díaz-Andreu y Lucy, 2005). La persistance dans la durée (deux niveaux d'occupation) de l'utilisation d'un espace réduit tel qu'un cimetière d'enfants d'une part, ainsi que la réutilisation d'un espace domestique comme dépotoir de l'autre, nous invitent à nous interroger sur les relations identité-espace pour cette société préhispanique. El sitio arqueológico Rumipamba se encuentra dentro del perímetro urbano del Distrito Metropolitano de Quito, en la parroquia Altamira, en las coordenadas UTM 9979962N / 499495E1, a una altura de 2941 m.s.n.m. Fue descubierto en el marco de la prospección del valle de Quito en 1996 (Villalba, 1996). Pero no fue hasta 1998, cuando se comenzó con la planificación de un conjunto habitacional en esos terrenos, que salieron a la luz algunos contextos funerarios, lo cual determinó una inspección detallada del área por parte del INPC. Desde entonces, varias instituciones ecuatorianas han promovido la realización de investigaciones arqueológicas y conseguido su declaratoria como Patrimonio Cultural (en el año 2002), en vista de las evidencias de su importancia para la historia prehispánica de Quito. Grandes muros de piedra con una misma orientación, estructuras de planta elipsoidal con pisos de barro cocido (ocasionalmente con canales trabajados en ellos), extensos basurales y numerosas tumbas caracterizan al yacimiento como una aldea con una ocupación continua al menos durante todo el período de Integración Tardío (aprox. 900-1200 d.C.). Hoy, el sitio se ha convertido en un parque arqueológico y centro de interpretación, y su administración está dividida entre el Fondo de Salvamento del Distrito Metropolitano de Quito (FONSAL) y el Banco Central del Ecuador. Nuestra investigación tuvo lugar entre septiembre de 2008 y abril de 2009, bajo el encargo y financiamiento del FONSAL2. Los últimos hallazgos realizados en Rumipamba (Constantine et al., 2009) permitieron definir cinco ocupaciones, cronológicamente cercanas entre ellas y separadas por eventos naturales de distintos caracteres (aluviales y volcánicos)3. Vestigios de los tres últimos momentos ocupacionales pudieron ser documentados a través de una excavación en área de 400 m2, lo que permitió observar continuidades y cambios en cuanto a la utilización de un mismo espacio. Esto conllevó inquietudes alrededor de la realización de actividades y la persistencia de ciertos elementos a pesar de las condiciones naturales adversas; hecho que atribuimos, como explicaremos en seguida, a un sentido de identidad con un espacio de alto valor ritual. Los hallazgos A lo largo de diez años de investigaciones arqueológicas en Rumipamba4, han ido saliendo a la luz numerosos rasgos que apuntan hacia la existencia de un asentamiento permanente, cuya base de subsistencia debió consistir en primer término en la agricultura. La investigación que fue llevada a cabo por los autores tuvo lugar en los predios administrados por el FONSAL, correspondientes a una superficie de aproximadamente 16 hectáreas, en las cuales se realizó una prospección pedestre sistemática, una prospección magnética, un levantamiento topográfico completo y dos cortes de excavación en área. Fue complementada por análisis de huesos humanos, huesos fáunicos, restos macrobotánicos y láminas delgadas, encargados a especialistas en los campos respectivos. De 89 sondeos efectuados en la prospección pedestre, 72 resultaron positivos5. El análisis estratigráfico de estos sondeos permitió reconstruir los procesos de formación geológica y establecer la existencia de 5 momentos ocupacionales6, interrumpidos por numerosos eventos naturales que ocasionaron abandonos temporales del sitio y conllevaron el abandono definitivo tras un deslave del Cuntur Huachana, poco antes de la llegada de los incas7. Cronológicamente, las dos últimas ocupaciones se enmarcan en el período de Integración Tardío; las fechas obtenidas mediante el método de C14 oscilan entre 970 y 1300 d.C. (Constantine et al., 2009: 281). De las dos unidades de excavación (unidades A y B, seleccionadas en función de los resultados de los sondeos de la prospección), la unidad B resultó especialmente reveladora. En este corte de 400 m2, se pudo observar con claridad una sucesión de eventos correspondientes a los tres últimos momentos ocupacionales. El más reciente (quinta ocupación, segundo momento), está representado por un muro de piedra y tres hornos de barro cocido. El muro demuestra un patrón constructivo planificado, pues en la base se utilizaron piedras planas, mientras que en las filas superiores se colocaron piedras de forma irregular. Todas las piedras están unidas con una argamasa no-preparada con componentes arcillosos típicos del suelo de la localidad, que se conoce como chocoto. Cabe resaltar la utilización de metates rotos y bloques de barro cocido entre las piedras que conforman el muro. Los hornos de barro cocido son de forma cuadrangular, con paredes alisadas de aproximadamente 1 cm. de grosor y muy ennegrecidas en su interior, evidencia de un uso prolongado. Dos de ellos se encuentran hacia el oeste del muro, en línea paralela en relación a él y con una separación de aproximadamente 15 metros entre ellos, en asociación con una superficie de uso. El otro horno se localiza hacia el este del muro, en un área perturbada por labores agrícolas modernas, por lo cual se lo encontró altamente fragmentado. Otro rasgo perteneciente a este momento ocupacional es una acumulación grande de basura localizada hacia el nor-este del muro. Está compuesta por numerosos fragmentos de cerámica –algunos grandes y con adherencias de hollín–, objetos de lítica y huesos fáunicos. El siguiente momento ocupacional (en el orden de excavación, es decir desde el más reciente hasta el más antiguo) corresponde a la quinta ocupación, primer momento, y está caracterizado por la presencia de un gran basural, de un lado, y tres tumbas, de otro. El basural se halla adyacente a la pared este del muro, en el sur de la unidad B, y consiste en una enorme concentración de material cultural que se extiende a lo largo de 5 sub-unidades (cada sub-unidad es de 5x5 m.), cubriendo por completo dos de ellas, y las otras parcialmente. Tiene una profundidad máxima de 67 cm. Incluye fragmentos de cerámica de distintos tamaños, grandes cantidades de huesos fáunicos, objetos de lítica y abundante carbón vegetal; todo dentro de una matriz altamente orgánica con muchas raíces. En su interior se registró una mancha negra con mucho carbón, de aprox. 80 cm. de diámetro, que probablemente evidencia un evento puntual de quema de basura. Estratigráficamente, se aprecia con claridad que el basural se encuentra por debajo de la base del muro, lo cual asegura su adscripción a un momento ocupacional anterior. Tres tumbas pertenecientes a este momento ocupacional se localizaron en el extremo opuesto al basural dentro de la unidad de excavación, también hacia el este del muro, pero a aproximadamente 10 metros de distancia del mismo, en el extremo norte de la unidad. La cuarta ocupación es la más antigua que se documentó en la unidad B. No se puede descartar que existan vestigios de las ocupaciones anteriores (evidenciadas para el sitio a través de los sondeos de la prospección pedestre) en este espacio, sin embargo no se profundizó la excavación más allá de la cuarta ocupación debido a la importancia de los hallazgos realizados aquí y el deseo del FONSAL de preservarlos in situ para su exposición dentro del parque arqueológico. Los hallazgos de esta ocupación consisten en un piso compactado artificialmente, asociado a hoyos de poste y dos fogones; un pequeño basural campaniforme y dos tumbas. El piso compactado se encuentra en el sur de la unidad B, internándose en el perfil. En la sección que pudo ser excavada se aprecia una forma redondeada, probablemente correspondiente a una estructura de tipo elipsoidal. Dos fogones abiertos (sin estructura a diferencia de los hornos de la ocupación más reciente) se localizan cerca del piso, al igual que el basural. El basural contenía fragmentos de cerámica y lítica, huesos fáunicos y grandes cantidades de carbón, lo que hace pensar que probablemente los fogones eran limpiados regularmente y el contenido carbonizado se depositaba en este pozo campaniforme. El conjunto compuesto por el piso compactado, los hoyos de poste, los fogones y el basural, apuntan hacia un uso doméstico de este espacio. Estratigráficamente, este conjunto de elementos se encuentra directamente debajo del gran basural de la ocupación descrita anteriormente, separado de aquel por un estrato natural de origen volcánico, con alto contenido de pómez. En el otro extremo de la unidad (sector nor-este), debajo de las tumbas registradas para la quinta ocupación, se encontraron tres tumbas más, de la cuarta ocupación. Se pudo observar una superposición en uno de los casos, donde una tumba de la quinta ocupación corta el pozo de una de las tumbas de la cuarta ocupación. La sub-unidad B-4, en la que se hallaron las seis tumbas, fue excavada hasta una profundidad mayor que las unidades adyacentes para poder delimitar la profundidad de los hallazgos y conseguir la información completa sobre los contextos funerarios descubiertos. Es altamente probable que el sector de tumbas se extienda, sobre todo en las direcciones norte y sur, pues hacia el norte, una de las tumbas se internó en el perfil de la unidad, mientras que hacia el sur, otra de ellas se encuentra muy cerca del perfil que linda con la sub-unidad B-8. Consideramos por tanto sumamente importante la continuación de las excavaciones en estos sectores, en función de delimitar la extensión total del cementerio. Análisis Los hallazgos que se acaban de describir permiten puntualizar algunos aspectos acerca de los últimos tres momentos ocupacionales del sitio Rumipamba. El muro de piedra localizado en la última temporada de investigación en Rumipamba es el tercero de las mismas características en el sitio: orientados en sentido norte–sur, los tres presentan una orientación de 18 grados de desviación con respecto al norte, hecho que permite suponer la existencia de una planificación espacial, implantada posiblemente para evitar la destrucción del poblado de la quinta ocupación, sujeta al claro conocimiento de los continuos deslizamientos de tierra y aluviones que se estaban generando para esa época. Tales datos nos conducen a inferir un proceso cognitivo sobre formas constructivas que obedecen a un estudio de la topografía y su desarrollo con respecto a la pendiente. El descubrimiento de los dos grandes basurales (que datan de la quinta ocupación, primero y segundo momento respectivamente), de otro lado, nos ha permitido un acercamiento a la subsistencia de la sociedad que habitaba Rumipamba en el período de Integración Tardío. Gracias al análisis de los contenidos orgánicos de estos rasgos tenemos ahora una idea más completa sobre la alimentación y podemos además hacer inferencias generales acerca de la obtención y producción de alimentos8. Altas cantidades de huesos fáunicos y restos macro-botánicos fueron cuidadosamente recuperados y enviados a especialistas para diferentes tipos de análisis9. En las primeras excavaciones en el sitio ya se había registrado la presencia de semillas y fragmentos de mazorcas de maíz, pero exclusivamente en contextos funerarios (Coloma, 2002). Durante la investigación realizada por Erazo se llevaron a cabo análisis de suelos, gracias a los cuales se evidenció la existencia de fibras de cabuya, semillas de calabazas, fréjol, maíz y algodón (Erazo, 2006-2007: 8, 17). En esta investigación se recuperaron abundantes muestras de la especie Zea mays mays, en asociación con los dos basurales de la unidad B. Veintimilla estableció que se trata de mazorcas con 12 a 14 hileras de granos pequeños que corren de manera irregular o en espiral y sobre estas observaciones concluye que se podría tratar de las razas “Chillo” y “Sabanero Ecuatoriano” (Veintimilla, 2009, en Constantine et al., 2009). En cuanto a los restos fáunicos, se ha podido recuperar una muestra significativa en esta temporada de excavación. La muestra analizada asciende a 2402 elementos que corresponden a 62 individuos. De ellos, la mayoría corresponde a camélidos (34 individuos), seguidos por los venados (17 individuos). Además se pudieron identificar dos lobos de páramo y un perro doméstico (Sánchez, 2009, en Constantine et al., 2009). Durante las excavaciones realizadas por Erazo en el extremo occidental del sitio arqueológico, se recuperaron restos óseos de cuy, llama, venado y lobo de páramo (Erazo, 2006-2007: 78), pero en proporciones muchísimo menores (45 elementos) a las recuperadas en la presente investigación. Las especies identificadas coinciden, con una excepción importante: el cuy doméstico. Erazo reportó la presencia de 16 piezas identificables como “cuy posiblemente domesticado”, consistentes en dos mandíbulas, 7 dientes y 11 piezas óseas adicionales. Es decir que el número mínimo de individuos corresponde a 2. Dado el bajo número de individuos en ese sector y la ausencia total de restos óseos de cuy en los contextos excavados por nosotros, resulta difícil sustentar el postulado de Erazo de que “los quiteños tenían en sus viviendas cuyes domesticados Cavia porcellus para comerlos” (Erazo, 2006-2007: 109). Otro es el panorama en el caso de los camélidos, pues con la evidencia resultante de nuestra excavación, añadida a la que obtuvo Erazo, sí podemos postular que los habitantes de Rumipamba – al menos en lo que concierne a la quinta ocupación – mantenían y domesticaban a estos animales. La llama (Lama glama y Lama pacos) es el mamífero más altamente representado en nuestra muestra. Este mamífero pudo ser utilizado de manera múltiple en las sociedades andinas: para la obtención de carne, fabricación de calzado, como medio de transporte para carga, y sus excrementos como combustible para calentar las casas y hornos. Si bien no tenemos un indicador directo de que los camélidos presentes en la muestra hayan sido domesticados, hay un indicio que apunta en este sentido: entre los resultados del análisis, se ha podido establecer la presencia de individuos jóvenes. Este hecho puede estar relacionado con el control de la reproducción de estos animales por parte del hombre. Los restos fáunicos de venados, también abundantes en la muestra aunque no tanto como los camélidos, son en cambio un indicio de que, paralelamente a la posible domesticación de camélidos, los habitantes de Rumipamba practicaban la cacería y complementaban la provisión de proteínas animales a través de esta actividad. El venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), especie reconocida a través del análisis de huesos fáunicos, es una especie muy común en el Ecuador prehispánico, tanto en la Sierra como en la Costa, y al menos a partir del período de Desarrollo Regional (Gutiérrez Usillos, 2002). Finalmente, los huesos de cánidos están representados sólo con 6 elementos, es decir un porcentaje muy bajo dentro del total de la muestra. Han sido identificadas las especies de perro doméstico y lobo de páramo, encontrándose todos en el basural del primer momento de la quinta ocupación. La única excepción la constituye un hueso de cánido cuya especie no pudo ser identificada, que se encontró dentro de una tumba, en asociación con el enterramiento de un niño. Esta tumba contenía además una mandíbula de camélido. Conjugando los resultados de los análisis de huesos fáunicos con los de macro-restos botánicos, podemos postular algunas hipótesis acerca de los patrones y los métodos de subsistencia en las dos últimas ocupaciones pre-hispánicas de Rumipamba. Queda claro que la sociedad que ocupó el sitio en el período de Integración practicaba la agricultura (evidenciada por los hallazgos de maíz, calabaza y fréjol) y tenía animales domesticados (camélidos y posiblemente cuy), pero al mismo tiempo completaba el suministro de proteínas animales por medio de la cacería (venado). La recolección de frutos silvestres seguramente jugó también un papel, como indica la evidencia de semillas de capulí en los basurales, pero probablemente esta actividad ocupó un segundo plano en relación con la agricultura. Como indica Veintimilla (2009, en Constantine et al., 2009), la alta representación de chilca en los dos niveles superiores de la secuencia estratigráfica de la unidad B puede ser un indicio de intensificación de la agricultura, en vista de que ésta tiende a expandirse cuando la vegetación original ha sido talada. Esta presencia alta de chilca puede por tanto ser producto de eventos de tala y quema relacionados con la práctica agrícola intensiva. Es probable que esta intensificación de la práctica agrícola responda a un aumento poblacional entre la cuarta y la quinta ocupación, lo que se complementa con el aumento de vasijas para estas fases (ver análisis de la cerámica en Constantine et al., 2009, cap. 6). Un tipo adicional de evidencia (indirecta) del consumo de productos agrícolas constituyen los numerosos hallazgos de manos y metates en el sitio arqueológico, tanto en el marco de esta investigación como en las realizadas anteriormente. Concluimos a partir de estos datos que en el período de Integración, el sitio Rumipamba estuvo ocupado continuamente y que sus habitantes aprovecharon de los recursos que les ofrecía el medio circundante (a través de la caza y recolección), pero a la vez desarrollaron estrategias productivas (agricultura, ganadería) para complementar su subsistencia. Estos indicios de producción intensiva de alimentos hablan a favor de una población significativa, y sumados a otros elementos como la presencia de arquitectura monumental y el uso diferenciado del espacio, nos permiten sostener que la sociedad que habitó el sitio debió tener algún grado de organización social compleja. No obstante de la importancia de los datos expuestos hasta ahora para el entendimiento del sitio arqueológico, el aspecto más relevante para nuestro planteamiento inicial relativo a la identidad, es el que concierne a las prácticas funerarias. Una primera aproximación a las formas de enterramiento y sus posibles implicaciones fue planteada anteriormente (Ugalde, 2004; 2007). Los últimos hallazgos nos han provisto de nuevos datos que abren las puertas hacia una ampliación en el marco interpretativo. Un total de 25 contextos funerarios han sido excavados hasta el momento en Rumipamba. Hasta antes de la última investigación se habían localizado grupos pequeños de tumbas así como enterramientos aislados en diferentes sectores del sitio arqueológico, todas conteniendo individuos adultos, en su mayoría en forma de enterramientos secundarios10 individuales, en fosas de pozo simple poco profundo (profundidad menor a un metro) o de pozo profundo (profundidad mayor a un metro) con cámara lateral. Una particularidad constituía una tumba de pozo simple recubierta en su interior por piedras (Coloma, 2002), única con elementos de metal como parte de su ajuar funerario, constituido por lo demás exclusivamente por vasijas de cerámica en número variable, pero en general no muy alto (entre una y cinco vasijas). Durante nuestra investigación fueron recuperados seis enterramientos humanos, todos localizados en la sub-unidad B-4, en la esquina nor-este de la unidad B, en un espacio de 25m2. Se trata de un conjunto de 6 tumbas de pozo campaniforme poco profundo, parcialmente superpuestas, que corresponden a dos diferentes ocupaciones (cuarta y quinta). Los seis enterramientos son secundarios y corresponden exclusivamente a individuos sub-adultos, todos entre 3 y 7 años11. Una sola de las tumbas es doble, siendo el único ejemplo conocido hasta el momento en todo el sitio arqueológico. De estos seis enterramientos infantiles, sólo uno tuvo una ofrenda funeraria, consistente en una pequeña vasija de cerámica local. Los otros cinco enterramientos no contenían objetos que claramente se pudieran considerar ofrendas (sólo hubo fragmentos de cerámica y lascas de lítica, pero que pudieron llegar a las tumbas mezcladas con el relleno). Dos de las tumbas contenían mandíbulas fáunicas (una cada una), y una contenía además un hueso de cánido y otros huesos de mamífero no identificados que se podrían considerar ofrendas o más bien elementos del ritual funerario. Uno de los enterramientos se conformaba por un pozo con una pequeña cámara lateral, en la que no se encontraron restos humanos pero que contenía mucho carbón. Probablemente se trató de una cámara en la que se realizó una quema – de alimentos u otro elemento orgánico –, como parte del ritual funerario. En relación a este último punto contamos con informaciones interesantes de las excavaciones anteriores que se pueden relacionar. Coloma (2002) reportó una tumba que tenía en su relleno mucho carbón y mazorcas de maíz carbonizado, lo cual interpreta como posible evento ritual. El mismo investigador excavó más tarde cuatro tumbas en cuyo interior se había depositado un conjunto de huesos fáunicos (Coloma, op. cit.). De las tumbas excavadas en la presente temporada, dos contenían mandíbulas fáunicas aisladas dentro del rasgo, cerca de los huesos humanos. De otro lado, en una de las tumbas se encontraron varias semillas carbonizadas de maíz. Todas estas apuntan hacia la práctica de rituales funerarios en Rumipamba, relacionados tanto con los enterramientos de adultos como con los de niños. Hay que resaltar la importancia del hallazgo de un cementerio destinado exclusivamente al entierro de niños. Antes de conocer esta situación, Villalba había postulado que “…si continúan apareciendo tumbas aisladas sin un patrón de agrupamiento específico, se podría reconocer una tendencia hacia pautas y valores sustentados en criterios individuales, acaso de estatus, especialización, poder religioso, etc., aunque las ofrendas no permiten comprobar algún rol protagónico que pudieron tener en vida los individuos allí enterrados. En todo caso la cercanía de los enterramientos sugiere la posibilidad de que estemos en presencia de prácticas culturales que podrían indicar la adscripción a grupos familiares basados en linajes, estatus, membrecías o pertenencias exclusivas a grupos especiales” (Villalba, 2008:14). Las nuevas evidencias permiten reflexionar al respecto con más elementos. Ya no podemos hablar de tumbas aisladas relativamente cercanas unas a otras; contamos con un ejemplo de uso del espacio muy definido, en el que – al menos en lo que concierne a las tumbas localizadas en la unidad B – se agruparon las tumbas de acuerdo a un criterio muy específico; el de la edad. La opción del agrupamiento de contextos funerarios en función de grupos familiares se vuelve poco probable en vista de estos nuevos hallazgos, y el “cementerio de niños” parece apuntar hacia una organización social (al menos de un fragmento de la sociedad) en la que varias familias convivían en condiciones similares y enterraban a los niños muertos en un mismo sector, sin gran diferenciación entre una y otra tumba. Llama la atención que en el último episodio, previo al abandono del sitio antes de la llegada de los incas, este espacio se haya destinado a la colocación de basura. La acumulación de material cultural se encuentra directamente encima de las bocas de las tumbas del primer momento de la quinta ocupación. Se evidencia, entonces, una ruptura en el uso simbólico de ese espacio, hecho que se discutirá en el siguiente acápite. Discusión El concepto de identidad está estrechamente vinculado con un sentido de pertenencia. Los individuos se perciben a sí mismos, y son vistos por los demás, como pertenecientes a un grupo específico y no a otros. Esta identificación con uno o más grupos se basa en diferencias sociales sancionadas como significantes. De otro lado, la identidad se compone de aspectos personales y sociales que juegan un papel importante en la formación de la auto-imagen. La identidad social es el mecanismo que hace posible el comportamiento grupal. Ciertas formas de comportamiento no-verbal como estilo, expresiones faciales y comportamiento espacial, sirven casi exclusivamente para comunicar relaciones de identidad (Díaz-Andreu y Lucy, 2005; Wiessner, 2004). La identidad tiene entonces funciones de cohesión y diferenciación a la vez12. Los factores que conforman la identidad han sido abordados desde la perspectiva arqueológica en algunas publicaciones recientes (Díaz Andreu 2005, Hodder 2004, Shennan, 1994). Hay un consenso entre los autores de estas compilaciones acerca de que la etnicidad, el género y la edad cuentan entre los aspectos principales de la identidad. En el 13er Congreso de Antropología celebrado recientemente en la Universidad de los Andes de Bogotá, en el marco del simposio “Paisaje e Identidad en los Andes”, Alexander Herrera proponía una aproximación metodológica al estudio de la identidad desde la arqueología por medio de diez niveles de análisis que incluyen desde el aspecto físico (reflejado en los restos óseos) hasta el paisaje, pasando por la iconografía, la arquitectura y las costumbres funerarias, entre otros. El comportamiento espacial, para continuar con la terminología utilizada por Wiessner (2004), nos parece trascendental para nuestro análisis, y en general es otro aspecto que incluiríamos entre los principales indicadores de identidad cultural, siendo además uno de los más susceptibles al reconocimiento dentro del registro arqueológico. Preguntándonos, desde nuestra perspectiva actual, cuáles consideramos como los principales factores de nuestra propia identidad, el espacio físico surgió en primer lugar (entendido en el sentido de país, ciudad, región o características del paisaje). Otros elementos que salieron a flote son el género (tanto en el sentido de auto-definición dentro de un género determinado, como de preferencia sexual), la edad y la pertenencia a una religión o a una tendencia política. Dentro del espacio físico, surgen varios niveles, que incluyen otros aspectos, el primero de carácter global: nos sentimos latinoamericanos porque nos identificamos en ese grupo de personas que comparte un territorio, un paisaje, un idioma, un estilo musical, determinadas preferencias gastronómicas. Nos sentimos también ecuatorianos, grupo dentro del cual algunos de los aspectos anteriormente mencionados se restringen (territorio, comida, música) y dentro del grupo “ecuatorianos”, nos identificamos con la sierra o la costa, nuevamente con sus características propias como el paisaje (presencia de montañas o mar, respectivamente) el acento, la jerga, otra vez la comida (especialidades regionales), etc. El concepto de “identidad cultural” moderna, como propone Hall (1996: 4), acepta que las identidades nunca son unificadas y más bien tienden a fragmentarse y fracturarse; nunca son singulares sino múltiples, construidas a través de discursos, prácticas y posiciones a menudo intersectadas y antagónicas. No obstante, el sentido de pertenencia a un espacio físico es predominante en la autodefinición; el desarraigo es un factor causante de crisis de identidad. Este sentimiento probablemente fue más fuerte en el mundo no-globalizado del Ecuador prehispánico, donde, si bien existían importantes redes de comercio a corta y larga distancia, eran unos pocos especialistas quienes se dedicaban a esta actividad y recorrían grandes distancias (Salomon 1980), mientras que la mayoría de la población probablemente se movía en un rango espacial relativamente limitado. Coincidimos entonces con Criado cuando habla de una íntima relación entre espacio, pensamiento y sociedad, y sostiene que: “La construcción del espacio aparece como una parte esencial del proceso social de construcción de la realidad realizada por un determinado sistema de saber y que es, asimismo, compatible con la organización socio-económica y con la definición de individuo vigente en este contexto” (Criado, 1991: 7, subrayado nuestro). El sentido de identidad o pertenencia es extrapolado, hasta nuestros días, más allá de la vida de los individuos; muchos emigrantes piden expresamente en vida, o son trasladados por sus familiares después de su muerte, a su lugar de origen. La tradicional canción ecuatoriana “Vasija de barro” constituye una clara muestra de esta extrapolación, clamando por la conservación de costumbres funerarias ancestrales: “yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro”13. Creemos reconocer en algunos de los sitios arqueológicos de Quito que tal sentido de pertenencia, ligado a espacios físicos concretos, trasciende más allá de la vida de los individuos (y más aún, es impuesto, presumiblemente con objetivos muy concretos, a ciertos individuos aún después de su muerte). Espacios como aquel descubierto en el barrio San Vicente de La Florida (Quito) fueron dedicados durante varios siglos al enterramiento de personajes de élite. En este sitio, en el que han sido registradas más de una decena de tumbas, todas de planta circular y algunas de pozo muy profundo, parece haber una continuidad en el uso de ese espacio con fines ceremoniales-funerarios14 al menos entre el 600 y el 1500 d.C.15 (Doyon, 1988; Castillo, 1999; Molestina, 2006). Incluso dentro de una misma tumba en la que se hallaron varios individuos, al parecer éstos fueron enterrados en distintos momentos (Molestina, 2006: 35), observación que permite enfatizar en el sentido de sacralidad prolongada de determinados espacios. El caso de Rumipamba resulta especialmente interesante en este contexto, a la luz de los últimos descubrimientos. Un espacio dedicado exclusivamente, a lo largo de dos ocupaciones separadas por un evento natural, al enterramiento secundario de sub-adultos, conduce a pensar que debió existir un fuerte sentido de identidad en relación con ese espacio. Se trata del único caso conocido hasta el momento en la Sierra Norte del Ecuador de un cementerio exclusivo para niños. Como justificadamente reclama Lucy (2005: 43), la arqueología ha dado poca atención a la importancia de la edad como uno de los aspectos fundamentales de grupos pasados, enfatizando en que nuestras ideas contemporáneas sobre la niñez (y también sobre la vejez y la adultez) son construcciones sociales que reflejan la visión de las sociedades de cómo deberían ser y comportarse los individuos de diferentes grupos de edades16. Es necesario entender que la edad no es una categoría “natural”, sino construida; la identidad tanto con un grupo de edad como con el género o con la etnicidad, entonces, responden a parámetros creados y desarrollados por cada sociedad, que deben ser aprendidos, junto con las prácticas sociales y culturales cotidianas, mediante la observación y la práctica. Los niños constituyen además un grupo clave, en vista de que ellos son los principales vehículos a través de los que se transmiten los valores hacia las generaciones venideras, ya que es a través de su aprendizaje (y manipulación) que la cultura es transmitida (y transformada) (Ídem.: 59). Teniendo en cuenta estas reflexiones, parece plausible que el rango limitado de edad observado en el conjunto de tumbas de Rumipamba tenga una relación con la identidad, el “pertenecer” a un grupo; pero en este caso, tratándose de infantes de entre 3 y 7 años, nos hallamos frente a un sentido de identidad impuesto; a una manipulación de la identidad, a través de un grupo de edad, hacia otras categorías como etnicidad o estatus social. Esta imposición – de los adultos – nada tiene que ver, obviamente, con el imaginario de los niños y su sentido de pertenencia, sino con la identidad de un grupo social que coloca a sus hijos muertos en un determinado lugar. Hay que recordar que, como acertadamente postuló ya Dillehay (1995), la concepción alrededor de los enterramientos y los ritos funerarios en las sociedades andinas prehispánicas tienen más que ver con los vivos que con los muertos; una sepultura es el reflejo de un proceso en el que el grupo humano que lleva a cabo el entierro es quien juega el papel protagónico. Más allá de ser entes biológicos, los muertos son individuos sociales cuya desaparición afecta el orden de la sociedad (Valverde, 2007: 277). Factores de identidad adicionales al espacio se pueden observar también en el conjunto de tumbas infantiles de Rumipamba: hay una forma de enterramiento común, que consiste en pozos simples poco profundos. También la distribución de los restos óseos responde a un patrón, al tratarse en todos los casos de enterramientos secundarios. De otro lado, una vasija completa de manufactura local hallada en una de las tumbas constituye una excepción, y es probablemente un indicador de riqueza, pero éste se refleja solamente como factor diferenciador dentro del mismo grupo; hacia fuera se muestra una “unidad” cultural. Una diferenciación por edad en las prácticas funerarias de una sociedad no llama la atención en absoluto; son numerosos los ejemplos etnográficos que demuestran una clara y deliberada distinción entre las costumbres funerarias de adultos y niños (Ucko, 1969: 270). Incluso en muchos de los cementerios actuales, los cadáveres de niños son depuestos en un espacio reservado para ellos. Lo que nos llama la atención en el caso del conjunto de tumbas infantiles de Rumipamba, es la persistencia en el uso del espacio para esa actividad específica, a pesar de la influencia de un evento natural, que provocó una discontinuidad absoluta en otras actividades, e incluso conllevó una suerte de “olvido” en cuanto a los espacios dedicados a ellas. Es el caso del área de actividad doméstica perteneciente a la cuarta ocupación que se describió anteriormente, adyacente al perfil sur de la unidad (piso compactado delimitado por hoyos de poste y con fogones asociados). Tras haber sido destruido y cubierto por una espesa capa de barro y piedras como consecuencia de un aluvión, ese espacio perdió su valor habitacional y se convirtió, durante la siguiente ocupación, en un enorme basurero. La ruptura en cuanto a la caracterización de tal espacio es aquí abrupta y muy evidente en el perfil estratigráfico. El evento natural de proporciones catastróficas logró terminar, en este caso, con la percepción acerca del uso de ese espacio; hecho que no sucedió en relación al espacio destinado a las tumbas, que persistió a pesar de la influencia del mismo evento natural. Se ha constatado entonces el entendimiento del espacio de acuerdo a conceptos de carácter simbólico, como la destinación de un área para el entierro exclusivo de niños a través de dos diferentes ocupaciones. Pero a la vez se ha podido observar un cambio en los valores simbólicos que conllevó, para la última ocupación, el emplazamiento de un basural en el mismo sector, encima de donde fuera el cementerio de niños. Este cambio en los valores debió tener como trasfondo una transformación a nivel social, aunque no se descarta la posibilidad de que este basurero sea de naturaleza ceremonial, debido al carácter especial del material cultural hallado dentro de él, como ha demostrado el análisis de la cerámica (ver capítulo 6 en Constantine et al., 2009). En el contexto también de la última ocupación, la presencia de tres muros de piedra, cada uno de veinte metros de longitud al menos y todos orientados exactamente en la misma dirección, además de otra serie de muros orientados perpendicularmente a los primeros, nos remite a una domesticación del entorno, que como indica Criado refiriéndose al fenómeno de megalitismo europeo: “no sólo es expresión de una nueva economía y aparato tecnológico, sino ante todo de una nueva relación de la sociedad con la naturaleza, caracterizada por una actitud activa ante ella que se aplica a su transformación sistemática y progresiva” (Criado, 1999: 34). Se concluye del análisis de los hallazgos descrito que los habitantes de Rumipamba – varias generaciones de una misma sociedad, a juzgar por el material cultural bastante homogéneo a lo largo de todo el período de Integración Tardío – no abandonan el sitio a pesar de los recurrentes eventos naturales que destruyen sus construcciones, sino que en el último momento ocupacional desarrollan tecnologías de protección y re-organizan su espacio. Tal reorganización implica un cambio social significativo, que se refleja en una ruptura de los valores simbólicos de los espacios. La sociedad, al parecer, se vuelve más defensiva y pragmática, en respuesta al comportamiento adverso de la naturaleza. Un nuevo evento natural, que destruye a su vez los muros de la última ocupación, conlleva finalmente el abandono definitivo del sitio, lo cual se evidencia en que no existen indicios de ocupación en la época incaica. Conclusión Persistencia y ruptura, entonces, se observan claramente en un mismo espacio a partir de un análisis diacrónico. En una dinámica social que incluye y modifica constantemente al paisaje, se adapta pero también lucha contra la naturaleza adversa, unos valores simbólicos se mantienen y otros desaparecen. El sentido de pertenencia con relación a un espacio, representado a través de la colocación de sepulturas infantiles a lo largo de dos ocupaciones separadas por un evento natural que provocó por lo demás cambios radicales en cuanto a la utilización de los espacios, habla a favor de una sociedad con valores simbólicos claros y un sentido de identidad bien afianzado. Es interesante además anotar que este caso es único incluso desde una perspectiva intra-sitio: todas las tumbas de adultos se encuentran en un solo depósito, y no se han descubierto otros casos de tumbas superpuestas; al parecer, luego de un desastre natural las áreas de enterramiento se desplazaban, el imaginario con respecto a su ubicación no era tan fuerte como aquel relativo al de las sepulturas infantiles. La distribución de conjuntos de tumbas en áreas específicas, como hemos ya señalado, en función de un criterio claro (edad), apunta hacia una utilización planificada del espacio que debería poder explicarse en términos de las relaciones sociales del grupo humano que habitó Rumipamba en tiempos pre-hispánicos. La distribución espacial de los diferentes rasgos localizados no puede entenderse como un emplazamiento aleatorio de elementos, sino que debe responder a un concepto organizado del espacio y por tanto a un entendimiento del paisaje como parte activa del entorno social. El espacio físico demuestra aquí no restringirse a “entorno natural” pasivo, sino constituir un “medio construido por el hombre y donde se dan las relaciones entre personas y grupos de personas” (Criado, 1999). La apropiación de un espacio para la colocación de las tumbas de los niños de una sociedad y la persistencia del valor simbólico de ese espacio tras una catástrofe natural, hablan de un fuerte sentido de identidad con tal espacio. Al mismo tiempo que los eventos naturales afectan a la sociedad de la cuarta ocupación de Rumipamba, conllevando cambios fundamentales en las áreas de actividad – por ejemplo que donde inicialmente se ubicaba una casa se coloque un gran basurero –, el cementerio de niños se mantiene exactamente en el mismo lugar. Las formas de enterramiento (pozos simples, poco profundos, con enterramientos individuales secundarios) persisten también. El aprovechamiento del espacio dentro de la secuencia cultural establecida para el sitio Rumipamba demuestra, a nuestro entender, una progresiva modificación del paisaje, en función de los eventos naturales que afectaron continuamente al yacimiento. El hecho de que los muros de piedra hayan sido erigidos en la etapa de ocupación más reciente, implica que su construcción debió ser una respuesta al comportamiento hostil de la naturaleza, respuesta basada en la experiencia de generaciones anteriores. Deseamos destacar para finalizar este ensayo la idea de la identidad impuesta a la que nos hemos referido – entendiendo identidad como una construcción social que debe ser aprendida y no como un valor intrínseco a los individuos, y por tanto susceptible a manipulaciones –, probablemente con fines de demarcación territorial o de diferenciación social. Si bien la identidad tiene que ver en gran medida con la auto-imagen, también puede adscribirse, a uno mismo y a los otros, con fines políticos o económicos. Se trata de una reflexión a profundizar, sobre la cual invitamos a los colegas e interesados a discutir. Notas:
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Mise à jour le Samedi, 18 Décembre 2010 06:34 |