Cultura popular y patrimonio, escenario de lucha de sentidos: entre la usurpación y la insurgencia simbólica |
Escrito por Patricio Guerrero Arias |
Lunes, 22 de Noviembre de 2010 10:52 |
Si se quiere trabajar desde la perspectiva de un Estado que se plantee no solo una revolución ciudadana, sino sobre todo, la descolonización de la vida, y que haga del sumak kawsay, el buen vivir, no un mero enunciado constitucional, sino una actitud que se encarne en la vida cotidiana. Debemos trabajar el patrimonio desde perspectivas interculturales, esto implica aportar al proceso de lucha por la descolonización económica, social, cultural, epistémica de nuestros pueblos. Mirar la cultura, el patrimonio, la memoria, como escenarios de lucha de sentidos, ayuda a romper esa mirada esencialista e idealizada que ve todo lo popular como patrimonio, o que cree que solo es la cultura popular la que construye el patrimonio, sin considerar que también las elites necesitan construirse recursos patrimoniales, inventar tradiciones, que respondan a sus intereses políticos, ideológicos y económicos. En el trabajo cultural y patrimonial aún se mantiene vigente una mirada cognitiva y civilizatoria de la cultura que la reduce al universo de lo letrado y las bellas artes. Igualmente seguimos reproduciendo una perspectiva del patrimonio solo ligado a un pasado muerto y fosilizado que prioriza las dimensiones materiales y da más importancia a los objetos, los monumentos y los museos, que a los actores sociales que lo construyen y a los universos de sentido que tejen en su vida cotidiana. Esta perspectiva hegemónica mira a la cultura, el patrimonio, la memoria desde visiones esencialistas, como algo dado, como esencias de las cosas; no ve que éstas son construcciones social e históricamente situadas, que están por tanto, atravesadas por relaciones de poder. Lo que se propone en este artículo es una ruptura con las miradas cognitivas hegemónicas sobre la cultura, el patrimonio y la memoria para analizarlas desde perspectivas políticas. Eso implica mirarlas como escenarios de lucha de sentido por el control de los significados y debatir la incuestionable presencia del poder en torno al análisis de dos procesos: el de usurpación simbólica y el de insurgencia simbólica.
La cultura como escenario de lucha de sentidos Aún sigue siendo hegemónica una mirada disciplinaria y cognitiva de la cultura que la ubica por encima de la naturaleza y opuesta a ella, como lo que le permitió al “hombre” humanizarse, rebasar el estado de la naturaleza y transformarse en amo de la misma. La cultura, sigue siendo vista como cultivo del espíritu, como sinónimo de civilización e indicador de desarrollo estético, moral, cognitivo, de progreso tecnológico, material y económico de la sociedad; como esa esencia espiritual, patrimonio exclusivo de las elites, y articulada únicamente al universo de las artes y lo letrado. En torno a la noción de cultura popular se plantean dos posturas antagónicas con cierto determinismo extremo. Una minimalista que la considera como subproducto de la cultura hegemónica, no tiene por lo tanto, capacidad de producción propia, solo sería un reflejo mimetizado, vulgar, alienado de la cultura de las elites; se reproduce así, la vieja dicotomía “primitivo-civilizado”, “cultura popular-alta cultura”, como reflejo de una situación socio histórica marcada por la colonialidad y la dominación. En oposición, la postura maximalista sostiene una visión mitificada y romántica de la cultura popular; ésta tiene un carácter autónomo, superior a la hegemónica y no mantiene ninguna relación con aquella. La cultura popular, termina siendo sinónimo de folclor, se la reduce al nivel de manifestaciones sígnicas y exóticas que deben ser “rescatadas” a fin de poder reencontrarnos con un pasado muerto en el que se expresa la pureza del espíritu del pueblo y sus tradiciones, la fuerza telúrica de nuestra raza. De ahí que se cree, que todo lo que hace el pueblo se vuelve automáticamente patrimonio. Esta visión no considera que ninguna cultura pueda mantenerse aislada y que en situaciones históricas marcadas por la colonialidad, las culturas populares también estén atravesadas por ese proceso. La diferencia está, y ahí reside la potencialidad de las culturas populares, en que éstas han sido capaces de construir sus universos de sentido en situaciones de dominación, y dentro de ella, pues desde sus luchas cotidianas por la existencia, hacen de la cultura un instrumento de resistencia e insurgencia contra el poder y la dominación. Un error generalizado es mirar a la cultura popular como algo homogéneo, armónico y alejado del conflicto; bajo la categoría de popular se homogeiniza la riqueza de la diversidad y diferencia de nuestras realidades socio culturales; de ahí que sea pertinente hablar de la existencia no de una, sino de una pluralidad de “culturas populares”; como las culturas indígenas, las afros, las mestizas, las urbanas y rurales, marcadas por profundas diferencias regionales, de género, generacionales, cada una con identidades propias y diferenciadas. Lo que no se considera en estos debates, es que la cultura es una construcción simbólica de sentido, que se halla social e históricamente situada y por ello no puede ser entendida al margen de la propia sociedad ni de los actores sociales que la construyen, ni de sus horizontes de lucha por la existencia. La cultura le ofrece a las sociedades significantes, significados y significaciones para tejer el sentido del vivir, para encontrar los horizontes de nuestro ser, sentir, decir, pensar y hacer en el mundo y la vida. La cultura tiene una profunda dimensión política, pues dichos significados son motivo de disputa semiótica y política, son un campo de batalla ideológico por el control de los significados y las significaciones sociales; la cultura es un escenario de luchas de sentidos por la hegemonía que inevitablemente se expresa en toda sociedad. Mirar a la cultura como un escenario de luchas de sentidos implica la consideración de la dimensión del poder; ya que, por un lado, esos universos simbólicos de sentido de la cultura, pueden ser instrumentalizados por el poder, para su legitimación y el ejercicio de la dominación, a través de lo que hemos llamado procesos de usurpación simbólica. Pero, por otro lado, la cultura es también un instrumento insurgente contrahegemónico, necesario para la lucha por la impugnación, la superación de toda forma de poder, dominación y, para la reafirmación de la vida, que ha hecho posible procesos que hemos caracterizado como insurgencia simbólica. (Guerrero: 2003) El patrimonio y la memoria son también escenarios de lucha de sentidos El patrimonio hace referencia al legado que recibimos de nuestros padres (pater) en calidad de herencia y que nosotros transmitiremos a nuestra descendencia. Así como hay una herencia individual, hay una herencia social, una herencia colectiva. El patrimonio es ese legado, esa herencia cultural, material, natural, espiritual, simbólica que una generación recibe de sus ancestros a fin de que se continúe en ella y se construya referentes de sentido e identidad para que pueda seguir tejiendo la vida. El patrimonio no es una esencia que habita el espíritu de las cosas, es una construcción socio cultural y simbólica de sentido social e históricamente situada, que no puede ser reducido únicamente a sus dimensiones materiales. El patrimonio no solo tiene que ver con los “restos arqueológicos” y los “objetos”, los museos, los monumentos, o las edificaciones antiguas; esta visión que prioriza el pasado y las cosas muertas, olvida que el mayor patrimonio, es el patrimonio humano vivo, los actores sociales que cotidianamente tejen el sentido de la existencia de mano de la cultura. Dentro del patrimonio las sociedades construyen el sentido de su memoria colectiva que le ha permitido llegar a “ser” lo que se ha construido como pueblo. La memoria hunde sus raíces para construir los sentidos del pasado, del presente y del porvenir; por ello, no existe memoria sin cultura, pero tampoco existe cultura sin memoria, puesto que las dos son constitutivas de la vida social. La cultura, el patrimonio y la memoria son fenómenos sociales colectivos con profundo sentido político y atravesadas por relaciones de poder. Las construcciones patrimoniales se han vuelto lugares de memoria, escenarios de lucha de sentidos, pues por un lado se busca su revitalización desde los sectores subalternos y, por otro, se los pretende instrumentalizar desde los sectores que buscan la usurpación de las memorias populares para construir una memoria social que legitime su hegemonía. Hay que ver el patrimonio como un lugar de la memoria; cualquier entidad material o inmaterial que hace posible la producción simbólica de significados, es en un lugar de la memoria. Pero debemos empezar a reconocer la existencia de actores vitales de las memorias vivas, de los sujetos concretos que desde la cotidianidad de sus vidas tejen tramas de recuerdos y olvidos; no son las cosas las que construyen la memoria, son los actores sociales los que, por encima de las cosas y con ellas, dan significado al recuerdo y al olvido, al pasado, al presente y al porvenir. Mirar la cultura, el patrimonio, la memoria, como escenarios de lucha de sentidos, ayuda a romper esa mirada esencialista e idealizada que ve todo lo popular como patrimonio, o que cree que solo es la cultura popular la que construye el patrimonio, sin considerar que también las elites necesitan construirse recursos patrimoniales, inventar tradiciones, que respondan a sus intereses políticos, ideológicos y económicos. El patrimonio por lo tanto no es solo un patrimonio de lo popular, al estar atravesado por relaciones de poder, es de hecho también una construcción de sentido sobre la identidad, que instrumentalizan los sectores hegemónicos para la legitimación de un proyecto que busca el control político de la memoria. Patrimonio y usurpación simbólica Entendemos usurpación como el proceso mediante el cual, el poder se apropia, despoja y se apodera de un recurso material o simbólico que no le pertenece; se trata de un hecho ilegítimo que se ejerce a través de mecanismos de imposición y violencia material o simbólica, o de seducción y complicidad. Como consecuencia de esta usurpación, se produce un proceso de traslación, de empobrecimiento, de vaciamiento y de degradación de sentido de los símbolos usurpados, para que así puedan ser instrumentales al sentido que les da el poder para su legitimación. El patrimonio como tal no existe por sí mismo, sino solo en la medida en que entra en el universo de las representaciones simbólicas que una sociedad le da. (Prats: 1997). En tiempos de globalización, aquellas representaciones que entran en el imaginario social como parte del patrimonio, no existían como tal, sino hasta cuando fueron instrumentalizados por las elites y ofrecían perspectivas de rentabilidad económica. Hablar de “regeneración” de los centros históricos es la evidencia de cuáles son los imaginarios del poder, las elites creen que su acción civilizadora podrá abrir procesos de regeneración de la cultura y de los espacios. El patrimonio se vuelve así, un instrumento de control de las culturas populares, pues se busca controlar, no solo los bienes patrimoniales materiales, sino sobre todo, los espacios públicos y las vidas, imaginarios y cuerpos de diversos sectores sociales que las habitan y transitan. La aparente modernidad, belleza, limpieza y orden de los centros regenerados, ocultan formas perversas de heterofobia, discriminación, exclusión, marginalidad, racismo y ejercicio de una sutil manera de dominación y criminalización de la diferencia. (Kingman: 2004) Dada la eficacia política y económica que tiene la usurpación simbólica del patrimonio y de la memoria para el ejercicio del poder, se ha fracturado el imaginario de que son las culturas populares las que naturalmente construyen, preservan y se benefician del patrimonio, puesto que hoy, son los sectores hegemónicos los principales potencializadores y activadores del patrimonio. Patrimonio e insurgencia simbólica Pero es necesario mirar que estos procesos no son inamovibles, pues al ser construcciones sociales, pueden ser y de hecho están siendo revertidos por las memorias populares vivas, por la agencia de los actores sociales que le disputan al poder el monopolio del sentido, desde sus imaginarios y prácticas cotidianas, porque no existen consumidores pasivos, sino que ellos generan estrategias que implican procesos de revitalización de las memorias y las culturas populares. Frente a los proyectos del poder se dan también procesos de insurgencia material y simbólica de los actores históricamente subalternizados: indios, negros, sectores populares urbanos, identidades sexuales, regionales, generacionales y demás diversidades sociales. Estas “otras memorias vivas”, insurgen desde los márgenes y periferias del poder, disputan en la lucha por la ocupación del espacio público y hacen del patrimonio, la cultura, la identidad y la memoria, instrumentos para la revitalización de sus identidades y para la lucha por horizontes diferentes de existencia. A modo de cierre El Estado como instrumento del poder ha estado históricamente al servicio de las elites, ha ejercido por ello el monopolio, no solo de la violencia, sino sobre todo del sentido, de la memoria, de los imaginarios y los cuerpos; ha buscado la construcción de lugares de la memoria, de recuerdos y olvidos que legitimen sus intereses de poder. Si se quiere trabajar desde la perspectiva de un Estado que se plantee no solo una revolución ciudadana, sino sobre todo, la descolonización de la vida, y que haga del sumak kawsay, el buen vivir, no un mero enunciado constitucional, sino una actitud que se encarne en la vida cotidiana. Debemos trabajar el patrimonio desde perspectivas interculturales, esto implica aportar al proceso de lucha por la descolonización económica, social, cultural, epistémica de nuestros pueblos, puesto que la interculturalidad es un horizonte para la descolonización de la vida. Una perspectiva intercultural del patrimonio, debe contribuir a los procesos de revitalización de las culturas, identidades y memorias colectivas de las diversidades sociales; a su autogestión económica, a su autonomía política; a la defensa de sus derechos territoriales; a la preservación y conservación del medio ambiente; defender su derecho a ser reconocidos, valorados y respetados en su diversidad y diferencia; aportar al fortalecimiento de los procesos organizativos comunitarios y a su empoderamiento; a la ampliación de su acción movilizadora; a su construcción como sujetos políticos e históricos, a fin de reafirmar sus procesos de insurgencia material y simbólica. No olvidemos, que el eje que debe guiar el trabajo cultural y patrimonial, es tener la vida como horizonte, la búsqueda del sumak kawsay, el buen vivir, que permita que las comunidades puedan tejer la sagrada trama de la vida con dignidad y felicidad plenas. El sumak kawsay como horizonte estratégico, va más allá de la concepción occidental de calidad de vida, pues implica una transformación civilizatoria y de la totalidad de la existencia en íntima articulación entre seres humanos, y de éstos, con la naturaleza y el cosmos. Bibliografía Guerrero Arias, Patricio (2007), CORAZONAR una antropología comprometida con la vida: Nuevas miradas desde Abya-Yala para la descolonización del poder del saber y del ser. FONDEC, Asunción- Paraguay. (2004(a) Ética, patrimonio y turismo. En: Ética para todos: Construir una sociedad mejor desde el ejercicio profesional, ROLDÓS, León (coordinador), Ariel, Quito. 2004(b) Usurpación simbólica identidad y poder. Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Abya-Yala, Quito. 2002 La Cultura: Estrategias para comprender la identidad, la diversidad, la alteridad y la diferencia. Abya-Yala, Quito. Prats, Lorenc, (1997), Antropología y patrimonio: Ariel antropología, España. Kigman, Eduardo, (2004), Patrimonio, políticas de la memoria e institucionalización de la cultura. En: Iconos #20, septiembre, FLACSO Sede Ecuador, Quito. Patricio Guerrero Arias, músico cantautor, Antropólogo, Magíster en Políticas Culturales; candidato a Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja como docente en la Universidad Politécnica Salesiana y es profesor invitado de la Universidad Andina Simón Bolívar. Entre sus publicaciones constan: La Cultura: estrategias conceptuales para comprender la diversidad, la identidad, la alteridad y la diferencia; Guía etnográfica; Usurpación simbólica, identidad y poder; Ética, Patrimonio y Turismo. |
Última actualización el Lunes, 22 de Noviembre de 2010 11:17 |