La Capitana Imprimir
Escrito por Ernesto Salazar   
Jueves, 01 de Marzo de 2007 19:28

El 18 de octubre de 1654, salieron del Callao rumbo a Panamá dos galeones de la Real Armada del Sur, el “San Francisco Solano”, nave Almiranta, bajo el mando de Francisco de Sosa, y el “Jesús María de la Limpia Concepción de Nuestra Señora”, nave Capitana, bajo el mando de Bernardo de Campos. Les acompañaban dos veloces chinchorros, útiles para atender despachos entre galeones o para hacer reconocimientos cortos. Lamentablemente, una semana después, la Capitana encalló cerca de la costa de Chanduy, Ecuador, y se hundió con su cargamento. Y lo que es peor, Francisco de Sosa se negó a recibir en su galeón a los náufragos de la Capitana.

 

Valga aclarar que los barcos de guerra no podían llevar mercancías, a menos que fueran rescates de barcos perdidos. Sin embargo, en la práctica todos llevaban contrabando, cuyo peso a veces no les permitía maniobrar con rapidez. Como no podía ser de otra manera, ambos galeones iban repletos de plata legal y de contrabando. Sólo de la Capitana se conoce que llevaba 3 millones de pesos “registrados” y 7 millones no registrados. Además, 11000 jarras de vino chileno, 4000 bloques grandes de sal, 2000 sacos de harina de 50 libs. cada uno, abundante plata labrada, 12000 fardos de lana de vicuña, todo ello camuflando en las bodegas el cargamento ilegal de plata.
Las noticias del naufragio viajaron con celeridad. El virrey de Lima ordenó reclutar todos los hombres-rana de Callao y alrededores y pidió el mejor barco para transportarlos a Chanduy. Pedro Carrillo, presidente de la Audiencia de Panamá, envió a la brevedad posible 2 chinchorros con docenas de hombres-rana y equipo de salvataje. Personal similar acudió al sitio del naufragio desde Guayaquil. El rescate en sí fue digno de una novela de Sandokán. Todo el mundo trataba de esconder algún doblón o de enviar subrepticiamente a tierra una pequeña carga de botín. Se dice que no menos de 60 tripulantes de la Capitana se esfumaron por tierras de la Península de Santa Elena, con un total de un millón de pesos. Al final, el tesoro recuperado oficialmente (1.870.525 pesos) fue enviado a Panamá y Cartagena, de donde partió en 1656 a España en la Almiranta “Nuestra Señora de las Maravillas”, sin llegar jamás a su destino, porque el galeón se hundió, fuera de las costas de Florida.
Trecientos cincuenta años después, un grupo no menos santo de buzos modernos ubicó a la Capitana y procedió al rescate de lo que quedaba, esta vez bajo una capa de sedimentos de 1-1.50 m. de espesor. La historia comienza con tres concesiones de mar otorgadas por el estado ecuatoriano a tres firmas de buscadores de tesoros, todas tras el mismo galeón. Un día, un buzo de una de las concesionarias, cansado de no encontrar nada en su territorio, se aventuró en la concesión adyacente y descubrió a la Capitana. Nadie sabe qué sucedió en el tiempo que pasó hasta que la concesionaria “suertuda” se enterara del hallazgo en sus aguas. Al fin hubo acuerdo, y las firmas Maritime Explorations y Sub America Discoveries comenzaron el largo y tortuoso trámite de obtener permisos del gobierno ecuatoriano.
El gerente de la primera, Dave Horner, publicó hace seis años, un interesante libro (Shipwreck, a saga of sea tragedy and sunken treasure) sobre las peripecias legales y marítimas del rescate, cuidando de enfatizar la claridad de sus procedimientos. Sería interesante conocer la versión del Instituto de Patrimonio Cultural, que actuó de representante del estado en esta empresa. Porque, al fin de cuentas, los buscadores del tesoro subieron a superficie un ridículo botín, que fue luego repartido mitad mitad con el estado. Horner no da un recuento pormenorizado de los hallazgos; pero señala que a Ecuador le tocó un diminuto crucifijo de oro, un arete, barras de plata, balas de cañón, vajilla de plata, mayólica, cerámica, y (el único item categorizado numéricamente) 2559 monedas de plata. Items semejantes a este lote y un número igual de monedas fueron al grupo asociado de buscadores. Supongo que estas personas habrán honrado la tradición de reparto de la Capitana, y considerando además que Horner habla de “su grupo” y del “grupo ecuatoriano”, estimo que habría no menos de 50 personas elegibles para el reparto. Lo que significa no mas de 50 monedas españolas en sus bolsillos!!!
Los silencios siempre traen dudas y dan pábulo a la imaginación. Nadie sabía, por ejemplo, a cuánto equivalía en dinero contemporáneo el botín rescatado. Los ecuatorianos por poco veían en la Capitana el pago completo de su deuda externa. Los bolivianos también hicieron algo de ruido reclamando alguna migaja de los USD 7.000 millones de la Capitana (diario El Potosí, 2005)!!! Y el movimiento indígena Tahuantinsuyu de Cochabamba pidió el regreso del tesoro (en cálculo de solo USD 2.000 millones), aunque sea convertido en un donativo de maquinarias para construcción de viviendas. Lamentablemente, hicieron el reclamo al gobierno de… Noruega, que al parecer ignoró el asunto (Semanario Liberación, 2002).
Talvez lo más extraordinario de la historia de la Capitana es el relato de viaje del Padre Diego Portichuelo de Rivadeneira, encontrado en España por los investigadores de Horner. El Padre Diego viajó en la flota del tesoro y presenció el hundimiento de la Capitana. Algunos meses después, abordó el “Nuestra Señora de las Maravillas”, de cuyo naufragio logró sobrevivir asido a un palo que flotaba en las olas. Recuperado de la tragedia, tomó un barco que iba a España y al llegar cerca de Cádiz fue cañoneado por los ingleses, tomado prisionero y finalmente liberado con pago de rescate. Poco después, volvió a Lima, donde el capítulo catedralicio lo relegó, injustamente (el Padre Diego había hecho su fatídico viaje nada menos que para conseguir en España plata para las torres de la Catedral). Desesperado regresó a España, indocumentado, y apenas logró entrar en su país por influencias de amigos de la metrópoli. Luego retornaría otra vez a Lima con algún privilegio, siendo nuevamente ignorado por la Catedral. Angustiado o enloquecido, renuncia a su ministerio regular y entra en la orden de los Agustinos, muriendo finalmente en 1678 a la edad de 64 años. ¡Que karma el de este hombre que solo quería servir a su rey y a su Iglesia! Queda solo averiguar si el buen Dios le estaba castigando por algún pecadillo oculto, o solo probándole para fortalecer su fe.

Última actualización el Viernes, 12 de Febrero de 2010 06:07