Salida de campo a Mullumica Imprimir
Escrito por Miguel Barreiros Padilla   
Miércoles, 02 de Abril de 2008 19:07
Todo comenzó la mañana en la que los “arqueólogos” (más de corazón que de título) nos encaminamos hacia Mullumica, mina de obsidiana ubicada a 18 km. de Quito, en pleno páramo y cerca de la divisoria continental. Aquí sin duda fuimos testigos de uno de los acontecimientos más fantásticos, para nosotros, como fue contemplar el inmenso flujo y sus derrubios que se veían por doquier. Claro que, antes de esta sorpresa, hicimos una parada obligatoria, en el parque de Pifo, donde nuestro profesor Ernesto Salazar nos brindó una breve explicación acerca de los flujos de obsidiana en el Ecuador y su importancia a través de la historia.
Desde aquí partimos con la interrogante de cómo sería el lugar cuando lleguemos a el. La curiosidad me carcomía las entrañas, simplemente no soportaba más la ansiedad. Así que cuando, en un tramo del camino en el que la camioneta y su conductor flaqueaban por salvar el lodo de la vía, algunos de nosotros nos bajamos a empujarla para alcanzar pronto nuestro objetivo. Ayuda por desesperación o simple impulso, la cosa es que después de las incomodidades del corto camino, ciertamente compensadas por el majestuoso paisaje que cruzábamos, llegamos sin contratiempos a las puertas de un terreno delimitado, lo que implicaba una rápida socialización con la amable señora que salió a nuestro encuentro. Sin vacilar, le expresamos nuestro interés de cruzar por su propiedad para visitar Mullumica. Y como la señora seguía indecisa respecto a darnos paso, nos volvimos “creativos”, informándole que éramos arqueólogos representantes de una fundación y que estábamos realizando una investigación muy importante, para lo cual sacamos a relucir nuestras sofisticadas camaritas, brújulas, y demás chucherías que corroboraran nuestra pequeña mentira.

Al cabo de unos minutos, se nos permitió la entrada y, después de andar un trecho, nos volteamos hacia atrás y vimos a nuestro profesor Ernesto negociando el paso con la señora. No tuvo que sacar ningún aparato para impresionarle; sólo le compró un queso y obtuvo permiso inmediato para proseguir. ¿Cómo no lo pensamos antes, verdad? Lo cierto es que hay ocasiones en las que los problemas u obstáculos de la vida se resuelven de la forma más fácil que uno puede imaginar.

Como en toda travesía, las dificultades se agrandan a veces más de la cuenta. Y Mullumica no fue una excepción. Primero nos enfrentamos con una lomita, que más nos pareció una montaña, porque llegar al tope no fue nada fácil. Sin embargo, nos mantuvimos a buen ritmo, y con entusiasmo, porque al pasar por entre las vacas y sus desechos estábamos encontrando ya las famosas piedritas negras, que aumentaban de tamaño conforme avanzábamos.

Da un poco de vergüenza decir que la parte más complicada fue el cruce de un riachuelo, que después de todo no fue tan riachuelo ya que algunos compañeros tuvieron que rendir tributo al agua fría, al caer aparatosamente en el arroyo. Todo aquello que imaginaba acerca de esta famosa mina se confirmó al momento de caminar unos pocos metros para salir a una agradable planicie y mirar por primera vez el inmenso farallón de obsidiana. Algunas águilas planeaban sobre las montañas contiguas, y gracias a mi largavistas, que tuve la precaución de llevar, pude verlas de más cerca, aunque la verdad sea dicha nunca supe si eran águilas o gavilanes. En ese momento, lo importante para mi era que estaban aún vivas y volando a su antojo en su medio natural. Nada se compara con el hálito de vida que emana del páramo. El páramo te recibe o te rechaza y estas son opciones que uno debe aceptar ante la majestuosa imponencia de las formaciones rocosas y de la cordillera en general.

Caminar por el pajonal nunca es fácil, pero rezagados o adelantados, todos hicimos lo mejor que pudimos y todos llegamos “enteros” a contemplar el flujo y admirar la naturaleza que puede crear estos vidrios a partir de la roca fundida (magma). La obsidiana se compone básicamente de sílice y su formación se debe al violento choque del material incandescente (flujos piroclasticos) con las bajas temperaturas del entorno. En plena sierra de Guamaní y a 3900-4300 metros sobre el nivel del mar, este flujo de 8 km. de largo (aproximadamente) es uno de los más importantes de America del Sur. La obsidiana de Mullumica se caracteriza por ser negra, o café rojiza (por su componente hematítico), aunque la de este color es quebradiza y no permite controlar muy bien la fractura, al momento de la talla de artefactos. En cambio, la obsidiana de Quiscatola, otro de los flujos de la zona, es más “pura” (si se la puede llamar así) y de apariencia transparente ahumada. Aunque este flujo se encuentra en proceso de devitrificación, hay trechos con obsidiana en perfectas condiciones para ser tallada.

Estos flujos poseen obsidiana cuya composición química concuerda con la de muchos de los artefactos líticos encontrados en sitios arqueológicos del Ecuador. Al parecer, fueron trabajados inicialmente por los grupos paleoindios de la sierra, y luego por los grupos del periodo de Desarrollo Regional, que fue cuando esta materia prima llegó a la costa. Se presume que, en tiempos precolombinos, Mullumica, Quiscatola y Callejones (éste no muy estudiado aún) fueron centros de abastecimiento que alimentaban una amplia red de intercambio de larga distancia, particularmente con las tierras bajas.

Para mí, el contacto con semejante “capricho” de la naturaleza fue algo fantástico. Caminar por un valle pleistocénico, por el cual alguna vez se deslizaron los glaciares y los flujos de magma fue algo indescriptible. Por ello, no cesamos en toda la tarde de buscar y recolectar muestras de obsidiana natural, para llevarla a Quito. Poco faltó para que nos bajáramos el cerro entero, aunque esta exageración mía se debe solamente al placer de encontrar obsidiana que aún no está devitrificada como en Quiscatola.

Nuestro viaje terminó con otra pequeña complicación: el dueño de la hacienda se fue, dejando con candado la puerta de salida. Nada importante, en todo caso, que no pueda ser olvidado con un buen plato de mollejas con mote en Pifo. Regresamos a Quito cansados, pero entusiasmados ante las nuevas exploraciones que vienen a futuro para conocer la arqueología nacional.
Última actualización el Jueves, 27 de Agosto de 2009 11:46