Arqueología de la Terra Preta Imprimir
Escrito por Catherine Lara   
Jueves, 20 de Septiembre de 2007 20:01


A pesar de ser relativamente reciente, el tema de la arqueología amazónica ha conocido ya múltiples debates, en torno a la naturaleza de las sociedades a las que estudia. Desde un comienzo, en eco a las propuestas de Steward, quien mencionaba el escaso desarrollo agrícola en la Amazonía, investigadores como Betty Meggers sugirieron que la fuerte presencia en la selva de terra firme –o suelos altamente ácidos-, explicaría la poca complejidad social alcanzada por los amazónicos. En reacción, Lathrap, Carneiro, Gross y Chagnon plantearon que la proteína animal era en realidad la principal base de sustento de los habitantes de la región, por lo cual debía considerarse como punto de entrada al estudio de posibles casos de complejidad social (Rostoker 2005). Sin embargo, dos observaciones vinieron a cuestionar estas propuestas: en primer lugar, la diferencia radical existente entre algunas prácticas de los amazónicos de hoy en día (citadas como ejemplos de los modelos planteados) y las culturas precolombinas amazónicas, cuestionan ciertos elementos empleados en inferencias de tipo etnoarqueológico. De hecho, se ha demostrado que la práctica de roza y quema se empezó a generalizar con la llegada de los europeos, como señala Erikson. En segundo lugar, se comenzó a cuestionar el determinismo ecológico implicado por las teorías previamente expuestas. Como consecuencia, la dicotomía várzea / terra firme, dentro de la clasificación de los biotopos amazónicos, perdió finalmente credibilidad, a medida que los estudios geológicos adquirieron una mayor precisión, estableciendo así categorías nuevas de ecotonos y suelos, como la muy polémica “terra preta”.


Herbert Smith y William Farabee fueron los primeros en hablar de “terra preta”, en Brasil, a finales del siglo XIX. A estos investigadores les llamó la atención la abundancia de cerámica presente en dicho estrato del suelo. Según Shaw y Jameson (2002), la “terra preta” es “una forma suramericana de ‘tierra negra’, la cual consiste en suelos antropogénicos oscuros y fértiles encontrados a lo largo del Amazonas y sus tributarios”. De acuerdo a Petersen y Erikson, esta fertilidad se debería en particular a la presencia de plantas carbonizadas, y a la acumulación y descomposición o quema de desechos domésticos, las mismas que implicarían la formación de microorganismos que actúan como catalizadores fertilizantes. Existen diferentes matices en la coloración de la “terra preta”, pero ésta será más fértil mientras más oscura sea, y contenga más calcio y materiales orgánicos. De manera general, estos suelos son poco ácidos y contienen altas tasas de nutrientes. Eden subraya
además que la diferencia entre la “terra preta” y los suelos fértiles de la várzea, radica en su fuerte contenido de materiales orgánicos. Petersen añade que, si bien las actividades agrícolas pueden conducir a la formación de “terra preta”, éste no es siempre el caso. Desde luego, la importancia poblacional del asentamiento y el tiempo de ocupación del mismo influyen en la formación de la “terra preta”, aunque tampoco constituyen factores decisivos. Efectivamente, siguiendo estadísticas de Erikson, se ha reportado que esta categoría de suelos antropogénicos no conforma más del 0,1 a 0,3% de la cuenca amazónica, ubicándose principalmente en Brasil, Venezuela, Perú, Guyana, Colombia y Ecuador. Se calcula que las primeras formaciones de “terra preta” podrían haber aparecido 1000 o 2000 años antes de la llegada de los europeos, época en que habría comenzado a desarrollarse la agricultura en la Amazonía.

De hecho, a más de las características físicas anteriormente enunciadas, la “terra preta” es antes que nada una capa de suelo antropogénica, por lo cual los análisis en curso del material arqueológico en ella encontrado han permitido ya sacar algunas inferencias sobre los diferentes factores culturales implicados en su formación. En primer lugar, tal como lo recuerda Pinto, la “terra preta” es generalmente asociada a sedentarismo y altas densidades demográficas. Para Kampf, se encuentra además en relación con tres variables fundamentales, esto es, las actividades domésticas, el desarrollo de la agricultura y la construcción de montículos. Según Petersen y Erikson, este suelo antropogénico se encuentra a menudo vinculado a una complejización de técnicas de cultivo, así como a una intensificación de la explotación de las bases de subsistencia y a patrones de asentamiento y descarte precisos (esto es, casas en filas o en disposición circular). Siguiendo a los investigadores, estas pautas permitirían deducir posibles modelos culturales de complejidad social entre las culturas de “terra preta” (Petersen, 2001), propuesta cuestionada por otros académicos como Erikson.

Entre los sitios actualmente en curso de investigación o potencialmente útiles al estudio de la arqueología de la “terra preta”, valga señalar los ubicados en la región de confluencia de los ríos Solimôes y Negro, trabajada por el Central Amazon Project (CAP), que rescató formaciones de “terra preta” datadas en 360 A.C. En el Ecuador, la zona de Huapula, y especialmente la ocupación correspondiente al Período de Integración (más precisamente 740 D.C-1180 D.C.), podría aportar mayores informaciones sobre el tema. Por último, las investigaciones de Pinto Lima et al. en las inmediaciones de los ríos Japurá y Caquetá, sacaron a relucir la existencia de la fase Manacapuru (1000 D.C.), contrapuesta a la fase Açutuba (300 BC), y asociada al surgimiento de la “terra preta” en el marco del desarrollo de la agricultura.

Subsisten no obstante algunos cabos sueltos en torno al concepto de “terra preta”. Para comenzar, los investigadores no concuerdan sobre su definición, tanto física como cultural. Algunos inclusive sugieren que correspondería a formaciones geológicas anteriores a cualquier intervención humana. Además, la asociación entre agricultura y “terra preta” es cuestionada, por el simple hecho de que las formaciones de “terra preta” conocidas se ubican generalmente en períodos posteriores al desarrollo de la agricultura. Este fenómeno cuestionaría la hipótesis de Boserup, según la cual el aumento demográfico fue el principal desencadenante de la agricultura. En este caso, investigadores como Neves sugieren que la base de la complejidad se la podría encontrar en un patrón de combinación de recursos, a lo cual Erikson reacciona señalando que este tipo de modo de subsistencia existía ya antes de una posible evidencia de complejidad social en el registro arqueológico de la Amazonía (2003). Por último, se debate aún sobre si existió o no intencionalidad tras la formación de este tipo de suelo. Para Mora (2005), hasta la actualidad subsiste la creencia de que los antepasados siguen reclamando sus derechos sobre las tierras más antiguas, por lo cual se supone que son fértiles.

Lo cierto es que el concepto de “terra preta” constituye una propuesta valiosa de manejo ecológico, especialmente en el contexto actual. Responde además a una lógica en que, a más de ser un simple receptor, el ser humano se convierte en creador de su ámbito natural. En resumidas cuentas, se trata de un concepto cuyas implicaciones materiales y culturales ameritan mayores investigaciones, de cara a un mayor entendimiento de los patrones de adaptación humanos, especialmente en referencia al desarrollo de la agricultura y de la complejidad social.

Agradecimientos a Geoffroy de Saulieu por la bibliografía.

Última actualización el Jueves, 27 de Agosto de 2009 10:03