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Revues Apachita Apachita 18 Des os dans la cour
Des os dans la cour PDF Imprimer Envoyer
Écrit par Angelika Franz   
Lundi, 23 Mai 2011 13:13

En Allemagne, certaines cours de maisons contemporaines ont servi comme lieux de pendaison il y a des centaines d'annés. Les allemands ont toujours trouvé des squelettes par hasard mais aujourd'hui, les archéologues les cherchent délibérément.

Kurt Bachmann et son fils Uwe habían avaient à peine commencé à fouiller quand ils tombèrent sur quelque chose de dur. Ils s'arrêtèrent à temps. Ils continuèrent de fouiller et ils furent frappés de stupeur par ce qu'ils virent. Il y avait des os sous la tourbière, juste à l'endroit où ils pensaient poser les fondations de leur cabane d'été à Hessisch Lichtenau, une ville du centre de l'Allemagne. Il s'agissait d'un squelette humain, étendu de tout son long et avec les bras croisés sur le torse. Curieusement, sa tête n'était pas rattachée au cou : elle reposait sur les genoux du squelette.

Los Bachmann llamaron a la sociedad histórica local y un grupo de arqueólogos rescató profesionalmente algunos de los huesos, antes que la cabaña fuera construida sobre los cimientos. Los excavadores no lograron descubrir a tiempo los pies, que hoy siguen todavía en su sitio, bajo el piso de la cabaña. Pronto quedó claro lo que Kurt y Uwe Bachmann habían encontrado, ya que su vecindad es conocida como la “colina de la ejecución”. La cabeza mal ubicada es la última prueba de esto, el esqueleto de la huerta casi con seguridad murió de un golpe de espada. La datación de radiocarbono, al tiempo de la muerte, está entre 1256 y 1388. El solar de los Bachmann se encuentra aparentemente en el sitio usado alguna vez para ejecuciones.

El arqueólogo Jost Auler se especializa en lugares de ejecución, y considera el caso de los Bachmann emblemático. El investigador señala que los sitios de ejecución medievales y modernos tempranos han sido olvidados, ya que hoy se encuentran cubiertos por densos complejos habitacionales. Pero Auler quiere cambiar esta situación: “Hasta ahora nadie ha abordado sistemáticamente los sitios de ejecución, ya que de ordinario se encuentran fuera de las ciudades, y en campo abierto, por lo que simplemente no pertenecen al repertorio de los arqueólogos urbanos”. Hasta el presente, los investigadores han estudiado unos 50 sitios, pequeña fracción, si se considera que cada estado y ciudad tuvieron alguna vez sus propios terrenos de ejecución, donde castigaban a los criminales. En la mayoría de los casos no había uno sino dos sitios para castigos sangrientos. El primero sería el cadalso, el segundo una piedra donde los verdugos decapitaban a criminales con espadas o hachas. La gente llama a estos pedestales “piedras de cuervo”, por los carroñeros negros que volaban en círculos sobre los sitios de ejecución, esperando que los curiosos se dispersaran dejándoles el festín. Para la decapitación, los verdugos necesitaban solamente una superficie elevada, mientras que las horcas eran a menudo enormes estructuras de hasta 4 m de altura. Luego de las ejecuciones, los cadáveres permanecían colgados hasta que la descomposición y la gravedad dejaban caer al suelo determinadas partes del cuerpo -el armatoste de la suspensión tenía que dar lugar para algunos cuerpos. Los sitios de ejecución eran un simbolo visible de cuan severamente las ciudades castigaban a los criminales.

Aplastados, despedazados, derribados. Los sitios de ejecución se encuentran, las más de las veces, a lo largo de los caminos principales. Si un forastero se acercaba a algún dominio, tenía que pasar primero por los cadalsos –señal clara de que tenía que portarse bien. Auler y sus colegas estan aún investigando estos hechos. Por ahora pueden ya reconstruir las imponentes horcas y esbozar la vida cotidiana de los verdugos. Además de matar, parte de su trabajo era arreglar y exponer los cuerpos de la manera más horripilante posible. Un descubrimiento en Lagenfeld, región del Rin, mostró que las áreas alrededor del sitio de ejecución estaban dispuestas de manera truculenta. Un excavador encontró el cráneo de una mujer joven que todavía tenía huellas de una capucha con un lazo de costoso brocado. Un clavo de hierro de casi medio metro de largo fue introducido a través de todo el cráneo. El verdugo había usado el largo clavo para fijar la cabeza a un poste. Se parecía bastante al famoso cráneo encontrado en Hamburgo en 1878, atribuido al pirata Klaus Störtebeker o a su compinche Gödecke Michels. El poste del cual colgaba el cráneo se había podrido, dejando manchas en el suelo, en los llamados “huecos de poste”.

La temible rueda. Es muy probable que los convictos hayan sufrido también bajo la famosa “rueda”. Este castigo estaba reservado para los peores crímenes, asesinato y traición. El uso de la rueda implicaba sujetar con estacas al convicto en el suelo, con sus extremidades abiertas. Luego el verdugo dejaba caer repetidamente una rueda montada en hierro sobre la victima. Un esqueleto de Friedlandburg, cerca de Göttingen, mostraba el desastre producido por este brutal procedimiento: las costillas pulverizadas, los brazos y las piernas rotos, el temporal izquierdo del cráneo hecho trizas.

Algunos con suficiente suerte como para tener un juez misericordioso pudieron haberse acogido a una rueda “desde arriba”. En esta modalidad, los primeros golpes habrán llegado a la cabeza o al cuello, y el convicto ya no habrá sentido más el resto de la orgía de violencia. También había el castigo con rueda “desde abajo”, en el que el verdugo libraba golpe tras golpe a cada una de las extremidades. Cuando el cuerpo estaba destrozado, era clavado en una de las varillas de la rueda y exhibido en el lugar de la ejecución. A veces los convictos vivían horas de sufrimiento. Los cuerpos eran luego dejados al aire libre, a la descomposición y a los carroñeros. El tiempo de exposicián más largo que se ha documentado en una rueda es de tres años.

Además de restos vapuleados de esqueletos y pedazos de postes, los arqueólogos también han encontrado muchos huesos de animales en los sitios de ejecución. “Los verdugos no eran muy bien pagados en esta época”, dice Auler, “por ello, el estado les dejaba también la responsabillidad de disponer de los cadáveres de animales. Sin embargo, los verdugos no llevaban siempre a los animales muertos al mismo solar de las víctimas humanas. De hecho, a menudo terminaban bajo el cadalso, en fosas comunes compartidas con los ejecutados, como lo hicieron en la ciudad suiza de Emmenbrücke. Los arqueólogos que excavaron allí encontraron un gran apilamiento de cuerpos humanos y de caballos, enterrados de prisa, o “enhuecados” como dice la gente.

La persona muerta en Hessich Lichtenau tuvo suerte. Pudo descansar por siglos con su cabeza entre sus rodillas, bien dispuesta en el suelo. Pero, qué hacer con sus huesos es todavía incierto. Ningun museo los quiere. ¿Y una re-inhumación? ¿Deberían los restos de un presunto criminal ser finalmente enterrados en suelo consagrado, setecientos años despues de su muerte? El arqueólogo está en contra. “Estos huesos pertenecen a la ‘bodega’ del propio sitio arqueológico”, dice Auler. Y argumenta que esta es la única manera de proseguir investigaciones futuras. Por el momento, Uwe Bachmann, propietario del solar, puso los restos en una caja. Y dejó los pies que descansen en paz debajo de su nueva cabaña.

Bones in the backyard, German archaeologists uncover long history of executions, por Angelika Franz. Traducción del Editor. Tomado de Spiegel online International, Octubre 24, 2008 www.spiegel.de/international/germany

 

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